Que las estadísticas sirven para mentir con clase no es algo desconocido. Cualquiera que pertenezca al mundo de la Ciencias Sociales lo sabe. Manipular los datos dentro de los porcentajes de error y los niveles de confianza establecidos y preguntar de manera sesgada, acotada o direccionada, son desviaciones propias de una actividad que, cuando está ligada al poder y la política, pierde parte importante de su ética y de su prolijidad.
Lo preocupante del tema no es solo la capacidad que otorgan las estadísticas de mentir con clase sino también la de construir realidades virtuales mediante la asociación estratégica entre las empresas o universidades de estudios de mercado y opinión y las empresas de comunicación, masificando formas de entender la realidad, conceptos y verdades a medias, que terminan convirtiéndose en subjetiva realidad.
De esta manera, se generan estudios e indicadores seudo científicos que logran explicar o justificar todo o casi todo y que no pocas veces logran convencer a grupos humanos, de cosas que parecen reales y que claramente no los son.
Un ejemplo claro lo constituye la línea de la pobreza tan en boga en estos días luego de que la nueva casen afirmara que la pobreza subió a un 15, 3% luego de 26 años de venir paulatinamente descendiendo.
Este indicador sitúa el punto de corte de lo que se conoce como pobreza. en un ingreso por persona mensual de $ 47.000, planteando en el sub-texto, que aquellas que ganan $ 46.900, son pobres y las que ganan $ 47.100, no lo son.
Así las cosas, disminuir la pobreza no implica necesariamente acabar con las limitantes para el desarrollo integral y el desenvolvimiento óptimo de las capacidades de las personas y sus familias, sino poder llevar al número mayor posible de las familias que ganan menos de lo que indica la línea de corte, a ubicarse levemente por sobre la misma, para presentar al mundo los “sólidos avances en materia de superación de la pobreza que tiene nuestro país”.
Sería bueno preguntarse entonces, si desde el retorno a la democracia, se ha avanzado efectivamente en la superación de la pobreza y la exclusión, o si por el contrario, hemos logrado llevar, subsidios mediante, a un número importante de personas y familias, levemente por sobre la cifra mencionada con la consecuencia obvia de que a la primera crisis económica, vuelvan a descender, como ha acontecido en los últimos años, permaneciendo oculto hasta la próxima medición.
Habremos reducido la pobreza o nos seguiremos engañando como país, mientras mantenemos una de las distribuciones del ingreso más desiguales del mundo y una de las legislaciones laborales más pro empresas que se conocen.
De esta manera, Chile avanza rápidamente hacia ser percibido como un país desarrollado, modelo entre sus pares debido a la obediente implementación del Consenso de Washington[1], mientras la mayoría de sus habitantes ha visto descender su poder adquisitivo en los últimos años, batiéndose en un país en donde la universidad estatal más barata, cuesta mensualmente más que el sueldo mínimo, donde la salud pública es cada día más frágil y donde las viviendas sociales han generado mas problemas de los que han logrado resolver.
Hemos terminado pagando hasta por transitar en las calles y avenidas de nuestro país, asegurando a cada paso que damos, las utilidades de las grandes empresas nacionales e internacionales cuyas utilidades han crecido, efectivamente, lo suficiente como para explicar por si solas el incremento del ingreso promedio por persona en Chile que, según encuestas igualmente lejanas a la realidad, casi se ha duplicado en los últimos 20 años.
Es claro que los promedios y los indicadores oficiales no representan la realidad y solo sirven a quienes, con cifras en mano pregonan el éxito de sus gobiernos y el fracaso de los otros, mientras criminalizan las protestas sociales y acusan a algunos sectores de inventar los problemas que llevan a la ciudadanía a protestar y a alejarse de la política mientras la brecha entre ricos y pobres sigue aumentando, a pesar del orgullo que sienten los partidarios de la derecha y la concertación, por la gobernabilidad democrática y a la estabilidad que luce Chile, hace tantos años.
De esta manera, se generan estudios e indicadores seudo científicos que logran explicar o justificar todo o casi todo y que no pocas veces logran convencer a grupos humanos, de cosas que parecen reales y que claramente no los son.
Un ejemplo claro lo constituye la línea de la pobreza tan en boga en estos días luego de que la nueva casen afirmara que la pobreza subió a un 15, 3% luego de 26 años de venir paulatinamente descendiendo.
Este indicador sitúa el punto de corte de lo que se conoce como pobreza. en un ingreso por persona mensual de $ 47.000, planteando en el sub-texto, que aquellas que ganan $ 46.900, son pobres y las que ganan $ 47.100, no lo son.
Así las cosas, disminuir la pobreza no implica necesariamente acabar con las limitantes para el desarrollo integral y el desenvolvimiento óptimo de las capacidades de las personas y sus familias, sino poder llevar al número mayor posible de las familias que ganan menos de lo que indica la línea de corte, a ubicarse levemente por sobre la misma, para presentar al mundo los “sólidos avances en materia de superación de la pobreza que tiene nuestro país”.
Sería bueno preguntarse entonces, si desde el retorno a la democracia, se ha avanzado efectivamente en la superación de la pobreza y la exclusión, o si por el contrario, hemos logrado llevar, subsidios mediante, a un número importante de personas y familias, levemente por sobre la cifra mencionada con la consecuencia obvia de que a la primera crisis económica, vuelvan a descender, como ha acontecido en los últimos años, permaneciendo oculto hasta la próxima medición.
Habremos reducido la pobreza o nos seguiremos engañando como país, mientras mantenemos una de las distribuciones del ingreso más desiguales del mundo y una de las legislaciones laborales más pro empresas que se conocen.
De esta manera, Chile avanza rápidamente hacia ser percibido como un país desarrollado, modelo entre sus pares debido a la obediente implementación del Consenso de Washington[1], mientras la mayoría de sus habitantes ha visto descender su poder adquisitivo en los últimos años, batiéndose en un país en donde la universidad estatal más barata, cuesta mensualmente más que el sueldo mínimo, donde la salud pública es cada día más frágil y donde las viviendas sociales han generado mas problemas de los que han logrado resolver.
Hemos terminado pagando hasta por transitar en las calles y avenidas de nuestro país, asegurando a cada paso que damos, las utilidades de las grandes empresas nacionales e internacionales cuyas utilidades han crecido, efectivamente, lo suficiente como para explicar por si solas el incremento del ingreso promedio por persona en Chile que, según encuestas igualmente lejanas a la realidad, casi se ha duplicado en los últimos 20 años.
Es claro que los promedios y los indicadores oficiales no representan la realidad y solo sirven a quienes, con cifras en mano pregonan el éxito de sus gobiernos y el fracaso de los otros, mientras criminalizan las protestas sociales y acusan a algunos sectores de inventar los problemas que llevan a la ciudadanía a protestar y a alejarse de la política mientras la brecha entre ricos y pobres sigue aumentando, a pesar del orgullo que sienten los partidarios de la derecha y la concertación, por la gobernabilidad democrática y a la estabilidad que luce Chile, hace tantos años.
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