7.04.2007

CALENTAMIENTO GLOBAL Y DESARROLLO SUSTENTABLE.

Las ciudades de nuestros días, y en especial nuestras metrópolis, están enfrentadas a una serie de problemas que han echado por tierra las maravillosas expectativas de mejores oportunidades, que desde la revolución industrial en adelante, han ido atrayendo de manera creciente a quienes habitaban lejos de ellas (Jadue, 1997 a).

La calidad de vida de todos los que habitan las mismas, ha descendido a niveles que ni las más pesimistas de las proyecciones de hace algunas décadas se hubieran imaginado.

El calentamiento global, nuevo protagonista mediático de la crisis ambiental, sumado a la pobreza, el hacinamiento, la congestión, la contaminación del aire, del suelo y de las aguas, la falta de tiempo libre; el aumento de las enfermedades de todo tipo y en especial las mentales además del aumento del comportamiento trasgresor de las normas y a la insostenible desigualdad en el acceso a los bienes y servicios como en los niveles de consumo, nos plantea el riesgo de que nuestras metrópolis tiendan a convertirse en un sumidero comportamental que podría, en el peor de los casos degradar a la familia humana a una condición infracultural determinando mortandades mayores incluso a las hasta ahora conocidas (Hall,1972).

Sin embargo, Sabatini (1997) llama la atención sobre la existencia de un número creciente de investigadores que se han convertido en verdaderos defensores de la Gran Ciudad Latinoamericana, en la medida en que ven en ella un conjunto de potencialidades y aptitudes que permitirían sobreponer los umbrales del desarrollo.

Sostienen estos investigadores que la relación causal entre tamaño urbano y problemas urbanos está lejos de haberse demostrado y que la concomitancia estadística entre estos dos fenómenos no es prueba de la existencia de dicha causalidad (Jordan y Sabatini, 1993).

En el mismo contexto, algunos investigadores pretenden seguir insistiendo en el tratamiento por separado de los diversos tópicos que engloba la crisis, a la ya vieja usanza de las reduccionistas y burdas interpretaciones del método científico, de marcado acento antropocéntrico, que buscando la simplificación de los fenómenos para su comprensión y dominio, pretende desmenuzarlos en ámbitos cada vez más pequeños y específicos, de los que deben hacerse cargo las distintas ramas tremendamente especializadas del saber.

Así las cosas, con los fenómenos y los hechos sociales desnaturalizados y reducidos a partes inconexas, la política, la economía, la medicina, la ecología, la planificación territorial, la arquitectura, el urbanismo y las distintas especialidades de todas las áreas del saber, han terminado entendiéndose a ellas mismas como sistemas aislados y auto referentes, como fines en si mismos y cada una intenta dar respuestas a los problemas que suponen propios desde sus particulares puntos de vistas, logrando única y exclusivamente el alejamiento temporal del colapso a través de soluciones momentáneas, de carácter cortoplacistas, pero que no han logrado dar cuenta de manera integral de la compleja realidad y de los problemas que tanto preocupan a nuestra sociedad y a la humanidad hoy; y mucho menos han permitido anticipar el futuro para el bienestar de todos, promesa incumplida del paradigma desnaturalizado de la razón.

Otros, que han partido de una profunda revisión de los postulados de la ciencia dura, plantean que tratar de diferenciar los problemas estrictamente urbanos de los de otra índole no se condice con la visión integradora y globalizante desde la que debe ser tratada la crisis en cuestión, ya que la ciudad es por antonomasia el lugar privilegiado de la reproducción de la existencia humana, y por ende, el lugar del intercambio, de la comunicación y de la vida. En síntesis, el reflejo material de la cultura y de gran parte del qué hacer de la humanidad.

Ahora bien, si se parte de la base de que las formas de ocupación, organización, acondicionamiento y utilización del espacio, están históricamente determinadas por el modo de producción y por las estructuras sociales que de este modo de producción emanan, y que por ende, el patrón de asentamiento característico de una sociedad determinada es un subproducto del estilo de desarrollo predominante en ella, se puede entender que el proceso de asentamiento de la población, y particularmente el de metropolización, se encuentra estrechamente vinculado con aquellos más amplios referidos al proceso productivo, al cambio social y al desarrollo, con los cuales interactúa determinándose mutuamente. (Jordan y Sabatini, 1993).

Esto nos invita a pensar que la sociedad de nuestros días, sometida a los avatares de la globalización y la integración de las economías mundiales, no de los pueblos, se ve enfrentada, no a una crisis más de entre las que ha tenido que soportar, sino más bien al agotamiento y a la bancarrota de un modelo económico, el capitalista, que en su fase actual de desarrollo que podemos denominar como neoliberal, se ha revelado como ecológicamente depredador, socialmente perverso y políticamente injusto, tanto nacional como internacionalmente (Guimaraes, 1991a).

Distinta es la posición de quienes piensan que la solución a todos los problemas de la sociedad se debe basar en la promesa del desarrollo eterno de la ciencia y la técnica, para unir el crecimiento económico y el bienestar social, sin necesidad de cambiar los patrones de consumo y derroche; y sin la necesidad de compartir el capital natural que existe en nuestro sistema.

Otros autores, más cercanos al enfoque que promueve el Desarrollo Sustentable, sostienen que el actual ritmo de crecimiento y de consumo es insostenible y que las recomendaciones del Informe Brundtland de 1987, en orden a que el sistema global toleraría una expansión de la economía mundial de entre cinco a diez veces la existente, no tiene base de sustentación alguna. Afirman que esta solución, basada en la política del Chorreo, tan famosa en nuestro país, compromete de manera peligrosa la hermosa fraseología oficialista del Desarrollo Sustentable que habla de "Justicia entre los Pueblos, justicia entre las generaciones", título que se dio a la síntesis de aportaciones de los movimientos ciudadanos a la Conferencia Raíces del Futuro, realizado en París en Diciembre de 1991, en preparación de las ONGs hacia la cumbre de la tierra.

No obstante las diferencias existentes entre ambas posturas, ninguna de ellas parece haber dado en el clavo de la cuestión. Para algunos investigadores actualmente preocupados de la crisis del modernismo y de el nihilismo propio de las épocas intermedias a cambios radicales de paradigmas, han considerado necesario reconocer la derrota de la visión antropocéntrica del universo para ubicar en su lugar, una visión integradora que arranque del concepto de "unidad material del mundo" acuñado en pleno auge del racionalismo pero que implicaba un avance significativo en cuanto al humanismo antropocéntrico, reemplazándolo por un humanismo ecocéntrico, es decir un humanismo con sus raíces puestas en la naturaleza, de la cual el hombre, es parte inseparable, ya no como el amo y señor del resto, sino más bien, como la parte de materia más altamente organizada, con la mayor capacidad de darse cuenta de su poder transformador del entorno para la satisfacción de la necesidad.

Esta dicotomía nos invita a pensar no sólo sobre una nueva forma de desarrollo que sea sustentable sino en un nuevo paradigma que implique un cambio fundamental en el modelo de civilización hoy dominante que desde Descartes y Bacon ha presentado a hombre y naturaleza como oponentes, entregándole a uno la misión de dominar al otro como si el mismo hombre y la sociedad no fueran parte de la naturaleza a la que se pretende doblegar.

Parece prudente oponer a esta visión aquella que Marx planteara en sus manuscritos económico – filosóficos, más particularmente en "El Trabajo Enajenado" cuando definía que "La Universalidad del hombre aparece en la práctica en la universalidad que constituye toda la naturaleza en su cuerpo inorgánico: 1) como medio directo de vida; e igualmente; 2) como objeto material e instrumento de su actividad vital. La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre; es decir, la naturaleza, excluyendo al cuerpo humano mismo. Decir que el hombre vive de la naturaleza significa que la naturaleza es su cuerpo, con el cual debe permanecer en continuo intercambio para no morir. La afirmación de que la vida física y mental del hombre y la naturaleza son interdependientes significa simplemente que la naturaleza es interdependiente consigo misma, puesto que el hombre es parte de la naturaleza."(Marx, 1844).

Esta mundivisión nos permite desarrollar una relación de sujeto a sujeto entre el reino humano y el no humano, reemplazando incluso la concepción de habitar por la de coexistir, con el objetivo de satisfacer las necesidades de la naturaleza (reino de lo humano y de lo no humano incluidos), sin los patrones de acumulación y de dominación que hoy en día gobiernan esta relación de sujeto a objeto que, además de contradictoria, ha enfrentado al hombre con la naturaleza y por ende con el mismo hombre, con el objetivo no ya de satisfacer las necesidades, sino más bien de reproducir y concentrar el capital construido en desmedro del capital natural, como lo ha planteado Herman Daly en sus postulados sobre la economía ecológica (Jadue, 1997a).

Como punto de partida, debemos aceptar que el hombre es inseparable de su medio, incluso en los espacios más transformados y adaptados a su gusto y conveniencia como son los medios urbanos. Dicho de otro modo, es evidente que el hombre pertenece a la naturaleza y es bastante dudoso que la naturaleza pertenezca al hombre. Este enfoque epistemológico conocido como ecocéntrico, no es nuevo, a pesar que solo en las últimas décadas ha salido del anonimato de los especialistas para disputar la posibilidad de convertirse en mínimo común denominador del pensamiento contemporáneo de la era que se avecina.

Desde esta perspectiva es que abordaremos el concepto de Desarrollo Sustentable que hizo su aparición como tal, recién en las últimas décadas, pero que sin embargo es portador de una no despreciable tradición compuesta por la economía ambiental, la ecología, la economía ecológica y una parte de la economía política, entre otras. Si bien surge como concepto recién en 1972 en el informe Limits of Grouth emanado del Club de Roma, aludiendo al vínculo existente entre crecimiento económico global y escacez de recursos naturales, se acuña como concepto oficial, recién en 1987 a la luz del informe Our Common Future, realizado por la Comisión Mundial sobre desarrollo y medio Ambiente, conocida como la Comisión Brundtland.

A partir de este minuto, quizás lo más complejo en orden a dilucidar este concepto, es la proliferación conceptualista que terminó por trivializar la coexistencia y el intercambio de versiones contradictorias, desfasadas y excluyentes, algunas veces, acerca del mismo.

Ya algunos autores se dedicaron con mayor cuidado e interés a estudiar las distintas conceptualizaciones que sobre el término existen, llegando a encontrar más de cien definiciones, que dan sustento a las más variadas teorías e interpretaciones a la hora de elaborar políticas que apunten hacia un Desarrollo Sustentable (en adelante DS) (Monteiro de Costa, 1996). Ante la imposibilidad de abarcarlas todas entregaremos las que a la vista del presente estudio, parecen más significativas en un pequeño abanico que pretende ser representativo de la diversidad existente.

Para partir, se hace necesario atender a las definiciones existentes en el precursor de todas las discusiones sobre el DS. El Informe Brundtland, que fue producto de la discusión y la sistematización de información llevada a cabo por esta comisión establecida en 1983 por las NNUU, y cuyo Informe fue presentado oficialmente y publicado en 1987.

En él se define DS "como aquel que atiende a las necesidades del presente sin comprometer la posibilidad de que las generaciones futuras atiendan a sus propias necesidades". Además destaca que "satisfacer las necesidades y las aspiraciones humanas es el principal objetivo del desarrollo" (WECD, 1987).

Según Monteiro de Costa (1996) el mismo informe, contiene dos conceptos clave: el Concepto de necesidades, sobre todo las necesidades esenciales de los pobres del mundo, que deben recibir la máxima prioridad; y la noción de las limitaciones que el nivel de la tecnología y de la organización social impone al medio ambiente, impidiéndolo de atender las necesidades presentes y futuras.

Otra definición, emanada de un informe de la OECD, acotado por Martín Holdgate en "Wetlands in a Changing World" (1990, p.5), afirma que Desarrollo Sustentable es aquel desarrollo que mantiene la tasa más alta de crecimiento económico sin provocar inflación.

Por otra parte, Ignacy Sachs, en su libro "Sustainable Development, Descentralized Bioindustrialization and New Rural-Urban configurations: India, Brazil" de 1989, definía sustentabilidad como un concepto dinámico que tiene en cuenta las crecientes necesidades de una población mundial en expansión, lo que implica, según él, un crecimiento sostenido.

Vemos como todas las definiciones parten de esta visión antropocéntrica y como las dos últimas definiciones tienden a igualar, o al menos a vincular estrechamente el DS con crecimiento, lo que nos lleva a preguntarnos profundamente, cuál es el real objeto de estudio de sus apreciaciones.

Sin lugar a dudas, hablan de economía, pero no se refieren al medio ambiente ni a los seres humanos que vivimos en él, en síntesis hablan de economía dura o mejor conocida como economía clásica, bastante acorde a los planteamientos contemporáneos de la economía neoliberal.

Plantean el DS como una dirección de la Economía Tradicional, entendiendo la economía como un sistema independiente, que corresponde a un flujo circular de producción y consumo de valores de cambio, de empresas a hogares, de hogares a empresas y así indefinidamente.(Daly, 1992)

Para desmitificar esta visión es que Herman Daly, desarrolla una visión pre -analítica acerca de esta nueva visión del DS intentando conformar esa idea previa que se debe tener de algo, antes de pasar a desmenuzarlo en partes para entenderlo. Así el autor nos invita a introducirnos en la Economía Ecológica y confronta esta visión con la de la Economía Tradicional, lo que equivale a confrontar el modelo antropocéntrico con el ecocéntrico.

Sus postulados esenciales giran en torno a entender la economía como un subsistema abierto, en el cual hay ingreso y salida de materia y energía; ubicado dentro de un ecosistema finito y cerrado, en el cual solo entra y sale energía en forma de energía solar y calor respectivamente.

De la misma forma, entiende la naturaleza de manera amplia y separa a la misma en un sector humano y en otro no humano construyendo un cuadro (cuadro Nº 1) que facilita la comprensión acerca de la imposibilidad que le asiste a la Economía tradicional por sí sola, o a la Ecología, en el otro extremo, de ocuparse del Desarrollo Sustentable, sin antes ubicarse necesariamente fuera del paradigma en el que ambas se mueven.






"El casillero superior izquierdo representa los productos del sector humano que van al sector humano, dominio de la Economía tradicional. Este modelo se abstrae de todas las relaciones con el resto de los casilleros del gráfico, ya que considera como insumo primario al trabajo humano (agricultura, Industria y servicios) y no a los recursos naturales, y como producto final, al consumo doméstico y no a los residuos y desperdicios que retornan al medio ambiente. El casillero inferior derecho va del sector no humano al sector no humano y corresponde al dominio de la Ecología.

Los subsectores podrían clasificarse en transformadores vivos y no vivientes de materia y energía (plantas, animales y bacterias; litosfera hidrosfera y atmósfera, respectivamente). En este caso, y de la misma forma en que la economía tradicional ha ignorado a lo que ella llama naturaleza, los ecólogos tradicionales ignoran al sector humano, o mejor dicho, no lo toman en cuenta lo suficiente.

El casillero inferior izquierdo representa los insumos del sector no humano que van al humano y constituye el dominio de la Economía de Recursos Naturales, que estudia la extracción y agotamiento de los recursos no renovables y el manejo de los renovables.

El casillero superior derecho, para finalizar, representa el dominio de la Economía Ambiental, y estudia la contaminación resultante de la inyección de los desperdicios de la economía en la naturaleza"(Daly, Hermann.1992).

La Economía Ecológica por su parte y a diferencia de estas cuatro disciplinas, toma como dominio la matriz completa y se basa en los principios de la conservación de la materia y la energía y en el concepto de unidad material del mundo. Su nudo central se encuentra en el flujo constante de recursos de baja entropía desde la naturaleza, a través de la transformación mediante la producción y el consumo, y de regreso a la misma en forma de desechos, para acumularse allí o para ser aprehendidos por los ciclos bio-geo-químicos y reconstituidos a través de la energía solar en estructuras de baja entropía que nuevamente sean útiles para la economía.

Por supuesto, ni la materia ni la energía pueden ser reciclados por completo por lo que se subentiende que sin el transflujo constante de energía desde una fuente externa (sol), en forma de energía solar, hasta un sumidero también externo, en forma de calor, y sin la capacidad del sistema de captar parte de esta energía de baja entropía para reproducirse a sí mismo a través de la fotosíntesis, todo el sistema, incluyendo la economía se desplomaría en muy poco tiempo.

Quizás sea importante explicar que cuando hablamos de entropía, hablamos de la medida de energía que ya no es susceptible de convertirse en trabajo. Por tanto, un aumento de entropía significa una disminución de la energía disponible. Dicho de otro modo, la entropía equivale a hablar de contaminación, puesto que es la suma de la "energía disponible" que ha sido transformada en "no disponible". (Daly, 1992)

Ahora bien, si partimos de esta visión preanalítica que entiende la economía como un subsistema abierto en un sistema vivo, finito y cerrado, con un flujo de energía constante desde y hacia fuera de él, que le permite reproducir la vida del mismo; el problema, totalmente distinto al de la economía tradicional, se reduce a intentar responder cuál es el tamaño que puede y debe tener este subsistema, la economía, para mantener el equilibrio entre la energía que requieren los distintos sectores del ecosistema (humano y no humano) para subsistir, reproducirse, y por ende, reproducir la vida?

Como lo plantea Daly, quizá el mejor indicador del tamaño que este puede tener sea el valor máximo posible de la apropiación por parte del sector humano, del producto neto primario de la fotosíntesis, que es la cantidad de energía solar capturada por todos aquellos organismos capaces de fotosintetizar, menos lo que estos organismos necesitan para su propia conservación y reproducción. Es decir, la cantidad de energía viva del sol que se encuentra disponible para todas las demás especies que no son capaces de fotosintetizar.

Esta apropiación de energía por parte del sector humano se presenta directamente en forma de alimentos, combustibles, maderas, materiales de construcción y fibras, etc. o indirectamente al disminuir la capacidad fotosintética de un ecosistema por obra de las intervenciones humanas directas, tales como la construcción de edificios, la pavimentación de suelos, la deforestación y la extracción de recursos no humanos no renovables; e indirectas como la desertificación o la intervención del ciclo hidrológico o geomorfológico en las cuencas en donde se asientan los sistemas urbanos o por la destrucción de los recursos naturales que prestan o representan servicios ambientales vitales para el ecosistema.

Este simple razonamiento nos puede llevar a concluir que efectivamente la economía no puede mantener un índice de crecimiento sostenido sin cambiar drásticamente los patrones de consumo, por cuanto se corre el riesgo real de que la apropiación de energía (tanto directa como indirectamente) por parte del sector humano llegara a ser tan alta, que pudiera poner en juego la supervivencia del sistema.

Esto es válido sin duda, a la hora de analizar la imagen objetivo de una ciudad sustentable y las políticas de vivienda que en ella se implementan, ya que la escala humana que en ella se da, que equivale al producto entre el número de habitantes y el uso de recursos o nivel de apropiación de energía por habitante, debiera estar íntimamente ligada y en relación adecuada a la capacidad del ecosistema en el que se ubica para satisfacer las necesidades de sus habitantes sin riesgo alguno de desaparecer o de poner en riesgo de colapso ambiental al ecosistema que lo acoge.

Es lógico llamar la atención entonces sobre el hecho de que la inequidad existente en el acceso a los bienes y servicios, tanto económicos como ambientales, así como la inequidad en los niveles de consumo se traducen bajo este marco de análisis en una inequidad en los porcentajes y las formas de apropiación de la energía del ecosistema que las distintas clases sociales llevan a cabo y que esta inequidad se expresa fundamentalmente en la gran segregación espacial y política que en la ciudad actual existe.

De ahí la importancia de cómo las viviendas sociales se insertan dentro de la trama urbana y en como sus habitantes son integrados o quedan excluidos del resto de la vida cotidiana.

Cabe preguntarse entonces si los análisis que invitan a un mayor y sostenido crecimiento de la economía para combatir la pobreza mediante la política del chorreo, son viables para lograr un desarrollo sustentable, sobretodo si tomamos en cuenta que la pobreza ha demostrado ser bastante más sustentable que la riqueza, puesto que sus niveles de consumo y de contaminación son insignificantes comparados con los de otros sectores de la población.

Basta comparar la cantidad de deshechos emanados de un familia promedio en la comuna de Las Condes con la cantidad de deshechos generados por una familia promedio en la comuna de Pudahuel o La Pintana. De la misma manera bastaría con comparar los consumos de agua, electricidad y gas en ambas realidades para ver si es sustentable pensar en elevar el consumo para superar a pobreza.

Cabe preguntarse también si la forma en cómo hoy se están pensando nuestras ciudades, si la forma en cómo se está planificando, si es que alguien en realidad lo está haciendo, y cómo se están insertando las mal llamadas "soluciones habitacionales" de interés social en ella; toma en consideración estos planteamientos, que son absolutamente válidos para la gestión territorial, o si sólo se insiste en el mercado como el mejor asignador y distribuidor de los recursos existentes, lo que sólo permite el cambio dentro de la continuidad.

Todo lo expuesto demuestra la aberración que significa ligar el término DS exclusivamente a la eliminación de la pobreza, sin una limitación real de la escala humana en su conjunto y del ritmo depredatorio que la riqueza significa; en síntesis, sin una planificación que vaya más allá de las respuestas puntuales de la planificación tradicional.

Por lo demás, el sistema del libre mercado que sueña con ser el óptimo para la asignación de los recursos sólo combatirá la escasez con su formula de siempre, el manejo de los precios. A menor energía disponible (alimentos, agua, madera, etc.) mayor el costo de la misma. A mayor contaminación, mayor costo de producción. Prueba de ellos son las alzas en las tarifas de los servicios privatizados que, a pesar de haber disminuido sus costos de producción, tanto por la vía de los despidos como por la incorporación de nueva tecnología, han incrementado el valor de sus productos y servicios, debido a la creciente escasez de los recursos naturales comprometidos en su elaboración.

Esta creciente escasez a la que inevitablemente lleva la economía de libre mercado con su constante expansión del capital construido por sobre el capital natural, con el objetivo de avanzar por el camino de la acumulación capitalista y de la tendencia al monopolio, es compensada, según el modelo, con las mismas leyes del mercado, como si el remedio a los problemas pudiera llegar desde donde nace la enfermedad.

Se invita al sistema productivo a asumir entonces los costos de las externalidades negativas y del impacto ambiental incluyéndolos en los costos de producción, con impuestos y gravámenes que supuestamente el Estado o la propia empresa debiera invertir en el Medio Ambiente, costos que finalmente son traspasados a los consumidores. Es la nueva pero no novedosa consigna del que contamina paga. Como si el dinero fuera un sustituto real de la naturaleza y de su ciclo vital.

En dicho enfoque, quién posee capital, podrá contaminar y comprar la energía disponible a sus anchas sin importar lo que para el ecosistema esto signifique, y por ende, mientras más energía disponible vaya incorporándose a nuestro control, menos quedará bajo el control espontáneo y cíclico de la naturaleza. En este contexto las viviendas sociales podrán seguir instalándose en la periferia de la ciudad, depredando suelos agrícolas, alterando significativamente el ciclo hidrológico de las cuencas en donde se ubican, destruyendo los servicios ambientales asociados a la naturaleza y a los corredores naturales, alterando también significativamente la temperatura de la Isla térmica que constituye la ciudad y dañando severamente la capa vegetal del ecosistema y su capacidad para mitigar los efectos nefastos de la extensión de la selva de cemento sobre los verdes suelos de las cuencas naturales.

Resulta claro entonces que, desde el punto de vista de la Economía Ecológica, el Desarrollo Sustentable exige que el tamaño de la economía, es decir, la escala del sector humano, se encuentre dentro del rango de la capacidad de sustentación del ecosistema global. Por lo mismo el DS es un desarrollo que no necesariamente implica crecimiento, entendiendo el crecimiento como cuantitativo e implica un aumento de tamaño por adición de materiales y el desarrollo significa expansión o realización de potencialidades, alcanzando gradualmente un estado mejor, mayor o más pleno, es decir, un aumento cualitativo y que no necesariamente implicaría un crecimiento.

Esto convierte en inaceptable el argumento que supone que el capital construido es sustituto del capital natural, argumento que desde la economía clásica ha servido para combatir cualquier supuesta restricción a la explotación del capital natural, sin entender que el agotamiento del segundo implica también la desvalorización del primero.

Los aserraderos carecen de valor cuando no tienen bosques, tal como las refinerías carecerán de valor en el momento en que el petróleo escasee y los barcos pesqueros buscarán otro destino si no existen peces.

Todo esto, sin contar los costos que para la humanidad posee el agotamiento de la capa de ozono, la lluvia ácida, el efecto invernadero, el calentamiento legal y otros que son difíciles de evaluar econométricamente desde el punto de vista ambiental, lo que siempre dará la posibilidad a algunos investigadores neoliberales de negar la causalidad del tamaño urbano y los problemas urbanos, por falta de méritos.

"Así las cosas, los principios generales que aparecen como necesarios para la implementación de un Desarrollo sustentable partiendo de Daly e incorporando algunas ideas propias, son los siguientes:

El objetivo Central del Desarrollo Sustentable, debe ser la satisfacción de las necesidades de todas aquellas especies que cohabitan el ecosistema, extendiendo la ética, entendida como aquellas consideraciones surgidas desde la sociedad para regular las relaciones entre los seres humanos y de estos con la sociedad, al ámbito de la relación de estos, los seres humanos, con el espacio físico en donde habitan y con el resto de la naturaleza.

Se debe realizar un análisis lo más multivariable posible considerando la complejidad y el dinamismo espacial, temporal y sociocultural para intentar encontrar respuestas sustentables a los conflictos ambientales, entendidos estos como todo el arco de los conflictos que se dan en un medio ambiente determinado, incluidos los socioculturales.

El principio central es la limitación de la escala humana a un nivel que, sin ser óptimo, al menos se encuentre dentro de la capacidad de sustentación del ecosistema global, lo que implica que la superación de la pobreza debe basarse principalmente en la redistribución de la riqueza, para luego pasar al incremento sustentable de los niveles de consumo general de la población.

El progreso tecnológico para el Desarrollo Sustentable debiera preocuparse de aumentar la eficiencia y no el tamaño del transflujo, es decir debe invertirse en nuevas tecnologías que aumenten el rendimiento del proceso productivo, poniendo énfasis en la eficiencia y no en la eficacia del mismo.

Las tasas de extracción de los recursos renovables no debieran superar las de regeneración de los mismos y los desechos no deberían superar la capacidad de asimilación del ecosistema.

Los recursos no renovables sólo podrían ser explotables en la medida de la creación de sustitutos de carácter renovables."

Seguramente es que estos aspectos tampoco son suficientes por sí solos y que faltan otros por considerar para alcanzar realmente estándares de vida que puedan considerarse sustentables, como son los temas de justicia e igualdad, de democracia política y económica, de género, de minorías étnicas, de respeto a la diversidad, el tema de las densidades ideales de nuestras ciudades y sobretodo la aplicación de estos principios a las políticas de desarrollo urbano, de suelo y habitacionales existentes.

En síntesis podría decirse que el desafío del desarrollo sustentable, como lo muestra la figura Nº 2, es convertirse en el mínimo común denominador del pensamiento contemporáneo para guiar las acciones de los actores sociales, tanto públicos como privados por un camino capaz de equilibrar de manera adecuada el desarrollo económico necesario para la satisfacción de las necesidades tanto humanas como no humanas, junto al desarrollo ecológico necesario para mantener y conservar el medio ambiente en donde estas actividades económicas se dan y por último, junto al desarrollo comunitario necesario para mantener la verdadera gobernabilidad democrática basada en la justicia y la equidad.

Figura 2


Consecuentemente, podría decirse que los componentes indispensables del Desarrollo Sustentable deberían considerar al menos, la perspectiva medioambiental, la social y la económica con sus respectivas preocupaciones. Así en la perspectiva medioambiental o ecológica debería incluirse la necesidad de minimizar el uso de recursos no renovables restringiéndolo al estrictamente necesario, promoviendo un uso sustentable de los recursos naturales renovables y manteniendo la actividad no natural dentro de las capacidades de absorción y reciclaje de los sistemas naturales.

De la misma manera la perspectiva económica debiera considerar la necesidad de aumentar la productividad para poder satisfacer las necesidades de una población siempre creciente, junto a la necesidad de desarrollar una fuerte inversión en ciencia y tecnología para aumentar la eficiencia del aparato productivo.

Por último, la perspectiva social debiera considerar un acceso igualitario a una adecuada sobre vivencia junto a la opción de poder elegir libremente la forma de vida a la que se aspira, con adecuados niveles de participación en la toma de decisiones comunitarias y con un acceso a una adecuada vivienda en un medioambiente sano y estable.