En un día como hoy, hace 98 años, nació una de las personas que más ha marcado mi desarrollo como sujeto. Me refiero al presidente Salvador Allende G, quién fuera derrocado y asesinado en un cobarde golpe de estado encabezado por el General del Ejército Augusto Pinochet U., orquestado por la Derecha y la Democracia Cristiana, financiado y dirigido desde Washington por el imperio.
Este hecho representó para chile uno de los retrocesos políticos, sociales y culturales más grandes en la historia patria, cancelándose una serie de derechos y conquistas populares tendientes a la creación de un país más humano, sin considerar todos los crímenes y violaciones a los derechos humanos sobre los cuales se cimentó su programa de revolución neoliberal.
Quienes pretendieron acabar con su obra, sin embargo, no lograron más que retrasar un proceso que tarde o temprano volverá a desarrollarse. Las manifestaciones estudiantiles, a pesar de su inmadurez y su espontaneidad, dan testimonio elocuente de aquello.
Cómo no estar convencido de que los sueños de Allende siguen vigentes si lo que piden hoy los secundarios, saliendo a la calle a lo largo de todo el país era en tiempos de Allende, un derecho garantizado por el Estado para todas y todos los estudiantes de nuestro país.
Cómo no estar convencido de la vigencia de su programa de gobierno cuando veo las casas que construyó el gobierno popular, y que se entregaban de manera gratuita porque la vivienda digna era un derecho constitucional, como se mantienen, hasta el día de hoy, en estupendas condiciones, integradas a la ciudad y sin peligro de inundaciones ni deterioro precoz, mientras que las casas construidas en los últimos 30 años, tanto por la dictadura como por los gobiernos de la Concertación, son conocidas por su mala calidad y por que solo han servido para llenar los bolsillos de las inmobiliarias de tremendas utilidades sin que nadie se haga responsable por ellas una vez entregadas.
Cómo no seguir siendo allendista y con orgullo, cuando recuerdo las medidas de reparación impulsadas por el Chicho a favor de nuestros hermanos mapuche mientras veo, hoy en día, cuando son tratados como extranjeros en su propia tierra, perseguidos humillados y condenados por leyes hechas en dictadura por reclamar lo que les pertenece por derecho.
Como no seguir siendo allendista cuando recuerdo la nacionalización del Cobre mientras veo como las transnacionales de la minería saquean a diario mi país, llevándose nuestras riquezas, sin siquiera dejar en Chile lo suficiente para brindar a nuestro pueblo una vida digna.
Cómo no seguir queriendo construir el socialismo con Allende en la memoria cada vez que veo las calles de mi ciudad plagadas de jóvenes buscando su destino en la droga, en el alcoholismo o la prostitución infantil o jugando a ser malabaristas o artistas callejeros porque la sociedad en la que viven no les ofrece un lugar algo mejor.
Podría seguir de manera interminable justificando mi orgullo de sentirme en algo depositario del legado de unos de mis grandes maestros pero no quiero correr el riesgo de aburrir a nadie con un sentimiento tan íntimo como inmenso.
Solo quiero terminar festejando como la figura de Allende se agiganta con el paso del tiempo, en el imaginario colectivo de las nuevas generaciones, mientras quienes lo traicionaron y quienes traicionaron a la democracia comienzan a esconderse llenos de vergüenza y temor para no ser reconocidos, no importa el tiempo ni la distancia, como lo que son.
Este hecho representó para chile uno de los retrocesos políticos, sociales y culturales más grandes en la historia patria, cancelándose una serie de derechos y conquistas populares tendientes a la creación de un país más humano, sin considerar todos los crímenes y violaciones a los derechos humanos sobre los cuales se cimentó su programa de revolución neoliberal.
Quienes pretendieron acabar con su obra, sin embargo, no lograron más que retrasar un proceso que tarde o temprano volverá a desarrollarse. Las manifestaciones estudiantiles, a pesar de su inmadurez y su espontaneidad, dan testimonio elocuente de aquello.
Cómo no estar convencido de que los sueños de Allende siguen vigentes si lo que piden hoy los secundarios, saliendo a la calle a lo largo de todo el país era en tiempos de Allende, un derecho garantizado por el Estado para todas y todos los estudiantes de nuestro país.
Cómo no estar convencido de la vigencia de su programa de gobierno cuando veo las casas que construyó el gobierno popular, y que se entregaban de manera gratuita porque la vivienda digna era un derecho constitucional, como se mantienen, hasta el día de hoy, en estupendas condiciones, integradas a la ciudad y sin peligro de inundaciones ni deterioro precoz, mientras que las casas construidas en los últimos 30 años, tanto por la dictadura como por los gobiernos de la Concertación, son conocidas por su mala calidad y por que solo han servido para llenar los bolsillos de las inmobiliarias de tremendas utilidades sin que nadie se haga responsable por ellas una vez entregadas.
Cómo no seguir siendo allendista y con orgullo, cuando recuerdo las medidas de reparación impulsadas por el Chicho a favor de nuestros hermanos mapuche mientras veo, hoy en día, cuando son tratados como extranjeros en su propia tierra, perseguidos humillados y condenados por leyes hechas en dictadura por reclamar lo que les pertenece por derecho.
Como no seguir siendo allendista cuando recuerdo la nacionalización del Cobre mientras veo como las transnacionales de la minería saquean a diario mi país, llevándose nuestras riquezas, sin siquiera dejar en Chile lo suficiente para brindar a nuestro pueblo una vida digna.
Cómo no seguir queriendo construir el socialismo con Allende en la memoria cada vez que veo las calles de mi ciudad plagadas de jóvenes buscando su destino en la droga, en el alcoholismo o la prostitución infantil o jugando a ser malabaristas o artistas callejeros porque la sociedad en la que viven no les ofrece un lugar algo mejor.
Podría seguir de manera interminable justificando mi orgullo de sentirme en algo depositario del legado de unos de mis grandes maestros pero no quiero correr el riesgo de aburrir a nadie con un sentimiento tan íntimo como inmenso.
Solo quiero terminar festejando como la figura de Allende se agiganta con el paso del tiempo, en el imaginario colectivo de las nuevas generaciones, mientras quienes lo traicionaron y quienes traicionaron a la democracia comienzan a esconderse llenos de vergüenza y temor para no ser reconocidos, no importa el tiempo ni la distancia, como lo que son.