Corría el mes de Junio del año 1982 y la situación de el Líbano era compleja. Los sirios habían Ingresado al país en 1976 con la venia del gobierno libanés para derrotar al ala progresista de la sociedad libanesa que, con la ayuda de los palestinos se estaba imponiendo en la Guerra civil que en ese país se venía gestando en virtud de una constitución antidemocrática impuesta por los franceses para asegurar la dominación cristiana y, por tanto, proclive a sus intereses, en un país de mayoría musulmana.
El triunfo sobre la izquierda libanesa, sin embargo, pasaba por la destrucción del aparato militar de la OLP el que por razones lógicas, estaba de parte de las fuerzas progresistas y revolucionarias del Líbano. Los Sirios ingresaron a EL Líbano en 1976 y meses después llevaron a cabo la masacre de Tall Al Zattar en donde miles de palestinos murieron por el simple hecho de luchar por un Líbano Árabe y Democrático, lo que sin duda ponía también en peligro al gobierno autoritario del sirio Hafez Al Assad.
Los Sirios entraron para sacar a los palestinos y para destruir a las fuerzas progresistas Libanesas. Sin embargo, no pudieron cumplir su objetivo y decidieron entonces quedarse para influir directamente en la política libanesa resguardando sus intereses desde la ocupación. En 1978 el gobierno libanés volvía a solicitar la intervención extranjera. Esta vez serían los israelíes los encargados de eliminar del Líbano a sirios y palestinos con el objeto de devolver a una minoría libanesa proclive al estado sionista, la supremacía del Líbano.
Los israelíes ingresaron y pese a su supremacía militar no lograron ninguno de ambos objetivos y decidieron quedarse para “asegurar” su frontera de la amenaza árabe. En 1982 la situación del Líbano era insostenible. Los Israelíes no podían continuar con esa guerra de desgaste que le significaba miles de miles de dólares al año y cada vez más bajas que no podían justificarse de ninguna manera entre la sociedad Israelí. Diseñaron por lo mismo una operación militar de gran escala que constaría de un ofensiva aérea, marítima y terrestre cuyo objetivo sería la eliminación física y política de cualquier vestigio del pueblo palestino en el Líbano, de su única y legítima representante, la OLP y, por su puesto, de su aparato militar.
Esta operación gozaría además de la luz verde norteamericana que contendría las informaciones y paralizaría a la opinión pública por un plazo de 72 hrs. en las cuales los israelíes podrían actuar a entera libertad para cumplir misión. La ofensiva se extendió por 88 días y el cerco noticioso no pudo ocultar la tremenda e indiscriminada masacre que los israelíes estaban llevando a cabo sin razón alguna.
Las fuerzas progresistas del Líbano y el aparato militar de la OLP resistieron heroicamente una de las operaciones militares más grandes de la que se tenga memoria en la región. Los israelíes, resueltos a exterminar a ambas fuerzas, decidieron cercar Beirut, capital de El Líbano, destruyendo además toda su infraestructura caminera, eléctrica y de telecomunicaciones. Cercaron la llegada de combustible a la capital. Impidieron el ingreso de alimentos y prohibieron el paso de periodistas y enviados internacionales. Ni los hospitales, ni los colegios se salvaron de los bombardeos indiscriminados; para los israelíes no existían blancos militares ni convención alguna que impidiera arrasar con todo. Utilizaron armas prohibidas en el mundo entero por las convenciones de Ginebra, bombardearon con napalm y con bombas de fragmentación. Hasta los niños y los ancianos se convirtieron en objetivos militares.
88 días después, la comunidad internacional, que una vez más se había convertido en cómplice a través de su silencio, no podía seguir callando ante los llamados de los hombres y mujeres de buena voluntad esparcidos por toda la tierra que comenzaron a presionar a sus gobiernos para que buscasen una salida política que permitiera detener la masacre.
Sin embargo las fuerzas progresistas libanesas y el aparato militar de la OLP resistió hasta convertir el episodio, en una derrota política y militar para uno de los ejércitos mejor armados del mundo y para el gobierno cuya utilización política de las víctimas del holocausto le entregaba un cheque en blanco para actuar con una línea de crédito político y militar que se abastecía de la sangre de libaneses y palestinos y de la permisividad de las mismas conciencias que habían dejado materializarse el holocausto.
La historia se repetía pero ahora las víctimas de antaño, una vez más, eran los victimarios. Logró imponerse la salida política. Todas las fuerzas extranjeras debían salir de El Líbano para que los cascos azules tomaran el control de las zonas urbanas y de los campamentos civiles. Se generó un duro debate entre las fuerzas palestinas entre aquellas que confiaban en occidente y aquellos que tenían una desconfianza estructural hacia cualquier ofrecimiento que viniera de los aliados históricos de los israelíes. Finalmente aceptaron salir, con sus fusiles en alto, victoriosos, confiando la seguridad de los civiles a las fuerzas multinacionales y a la “Falange Cristiana de El Líbano”.
Cuando los palestinos se encontraban en el Valle del Bekkah” listos para embarcarse hacia distintos destinos dentro del mundo árabe, los israelíes hicieron asesinar al entonces presidente electo de El Líbano: el proisraelí Amin Gemayel; culparon a los palestinos buscando un pretexto para volver a ingresar al El Líbano cobrándose venganza de la derrota militar que habían sufrido a manos de las fuerzas progresistas libanesas y la OLP, en los civiles indefensos e inocentes de los campamentos palestinos de Sabra y Shatila.
Ingresaron de noche y mientras una parte del ejército israelí iluminaba los campamentos con bengalas lanzadas al aire durante toda la noche, la otra parte, en conjunto con la falange libanesa llevaban a cabo la peor carnicería de que nuestro pueblo tenga memoria. Las mujeres, los ancianos y los niños que los soldados victoriosos habían dejado en manos de las fuerzas internacionales de paz que nunca llegaron, fueron asesinados a sangre fría. Los corvos israelíes se ensañaron con los cuerpos débiles de sus víctimas, las fosas comunes se llenaron de partes de cuerpos, de extremidades, de fetos arrancados de los vientres de sus madres.
El mundo gritó como siempre. Sin mover un dedo.
La Organización de Naciones Unidas llenó los diarios de declaraciones de estupor y de condenas tajantes y declaraciones de rechazos. Una vez más el mundo entero ponía los discursos de horror, los israelíes la barbarie y los palestinos... la sangre de su pueblo, el alma de sus niños, la esperanza de sus mujeres, desgarradas por el fanatismo religioso y racismo del “pueblo elegido” y de sus aliados.
La consternación llegó incluso a la sociedad israelí que hizo caer a los responsables de su gobierno, aunque tiempo después los volviesen a escoger para llevar adelante los destinos del supuesto “pueblo de Dios”. Los responsables eran los mismos que en 1979 EEUU había premiado con el Nobel de la paz: Menahem Beguin y Ariel Shaaron, mostraron una vez más las imágenes de la civilización israelí y escribieron de paso, una de las páginas más negras de la historia del pueblo palestino y de la conciencia de la humanidad.