9.19.2007

SABRA Y SHATILA... PARA NO OLVIDAR.

Para la mayoría de mis compatriotas los nombres de Sabra y Shatila no dicen mucho, sobre todo en nuestro país en el que durante los días en que los palestinos conmemoramos estos episodios, Chile se viste de fiesta para celebrar una año más de vida independiente en torno al 18 de Septiembre. Es cierto, para algunos no son más que dos nombre que recuerdan una de las tantas masacres en la cual el Estado Israelí haciendo gala de su supremacía militar y de sus excelentes contactos a nivel internacional, pretendió borrar de la faz de la tierra al pueblo palestino y a su entonces única y legitima representante, la OLP. Para otros constituyen una de las páginas más negras de la historia de la humanidad un episodio en donde el envilecimiento del ser humano escribió sus páginas más brillantes en este mundo de supuesta libertad.
A pesar de ello, para quienes deseen mantener fresca la frágil memoria de la humanidad; para quienes deseen ayudar a que episodios como éste no vuelvan a ocurrir en ninguna parte de nuestra tierra, vaya esta ayuda de memoria, teniendo siempre presente que los pueblos que olvidan su historia... están condenados a repetirla y que la persona que olvida la historia de su pueblo...renuncia para siempre a sus raíces y termina por perder su identidad.

Corría el mes de Junio del año 1982 y la situación de el Líbano era compleja. Los sirios habían Ingresado al país en 1976 con la venia del gobierno libanés para derrotar al ala progresista de la sociedad libanesa que, con la ayuda de los palestinos se estaba imponiendo en la Guerra civil que en ese país se venía gestando en virtud de una constitución antidemocrática impuesta por los franceses para asegurar la dominación cristiana y, por tanto, proclive a sus intereses, en un país de mayoría musulmana.

El triunfo sobre la izquierda libanesa, sin embargo, pasaba por la destrucción del aparato militar de la OLP el que por razones lógicas, estaba de parte de las fuerzas progresistas y revolucionarias del Líbano. Los Sirios ingresaron a EL Líbano en 1976 y meses después llevaron a cabo la masacre de Tall Al Zattar en donde miles de palestinos murieron por el simple hecho de luchar por un Líbano Árabe y Democrático, lo que sin duda ponía también en peligro al gobierno autoritario del sirio Hafez Al Assad.

Los Sirios entraron para sacar a los palestinos y para destruir a las fuerzas progresistas Libanesas. Sin embargo, no pudieron cumplir su objetivo y decidieron entonces quedarse para influir directamente en la política libanesa resguardando sus intereses desde la ocupación. En 1978 el gobierno libanés volvía a solicitar la intervención extranjera. Esta vez serían los israelíes los encargados de eliminar del Líbano a sirios y palestinos con el objeto de devolver a una minoría libanesa proclive al estado sionista, la supremacía del Líbano.

Los israelíes ingresaron y pese a su supremacía militar no lograron ninguno de ambos objetivos y decidieron quedarse para “asegurar” su frontera de la amenaza árabe. En 1982 la situación del Líbano era insostenible. Los Israelíes no podían continuar con esa guerra de desgaste que le significaba miles de miles de dólares al año y cada vez más bajas que no podían justificarse de ninguna manera entre la sociedad Israelí. Diseñaron por lo mismo una operación militar de gran escala que constaría de un ofensiva aérea, marítima y terrestre cuyo objetivo sería la eliminación física y política de cualquier vestigio del pueblo palestino en el Líbano, de su única y legítima representante, la OLP y, por su puesto, de su aparato militar.

Esta operación gozaría además de la luz verde norteamericana que contendría las informaciones y paralizaría a la opinión pública por un plazo de 72 hrs. en las cuales los israelíes podrían actuar a entera libertad para cumplir misión. La ofensiva se extendió por 88 días y el cerco noticioso no pudo ocultar la tremenda e indiscriminada masacre que los israelíes estaban llevando a cabo sin razón alguna.

Las fuerzas progresistas del Líbano y el aparato militar de la OLP resistieron heroicamente una de las operaciones militares más grandes de la que se tenga memoria en la región. Los israelíes, resueltos a exterminar a ambas fuerzas, decidieron cercar Beirut, capital de El Líbano, destruyendo además toda su infraestructura caminera, eléctrica y de telecomunicaciones. Cercaron la llegada de combustible a la capital. Impidieron el ingreso de alimentos y prohibieron el paso de periodistas y enviados internacionales. Ni los hospitales, ni los colegios se salvaron de los bombardeos indiscriminados; para los israelíes no existían blancos militares ni convención alguna que impidiera arrasar con todo. Utilizaron armas prohibidas en el mundo entero por las convenciones de Ginebra, bombardearon con napalm y con bombas de fragmentación. Hasta los niños y los ancianos se convirtieron en objetivos militares.

88 días después, la comunidad internacional, que una vez más se había convertido en cómplice a través de su silencio, no podía seguir callando ante los llamados de los hombres y mujeres de buena voluntad esparcidos por toda la tierra que comenzaron a presionar a sus gobiernos para que buscasen una salida política que permitiera detener la masacre.

Sin embargo las fuerzas progresistas libanesas y el aparato militar de la OLP resistió hasta convertir el episodio, en una derrota política y militar para uno de los ejércitos mejor armados del mundo y para el gobierno cuya utilización política de las víctimas del holocausto le entregaba un cheque en blanco para actuar con una línea de crédito político y militar que se abastecía de la sangre de libaneses y palestinos y de la permisividad de las mismas conciencias que habían dejado materializarse el holocausto.

La historia se repetía pero ahora las víctimas de antaño, una vez más, eran los victimarios. Logró imponerse la salida política. Todas las fuerzas extranjeras debían salir de El Líbano para que los cascos azules tomaran el control de las zonas urbanas y de los campamentos civiles. Se generó un duro debate entre las fuerzas palestinas entre aquellas que confiaban en occidente y aquellos que tenían una desconfianza estructural hacia cualquier ofrecimiento que viniera de los aliados históricos de los israelíes. Finalmente aceptaron salir, con sus fusiles en alto, victoriosos, confiando la seguridad de los civiles a las fuerzas multinacionales y a la “Falange Cristiana de El Líbano”.

Cuando los palestinos se encontraban en el Valle del Bekkah” listos para embarcarse hacia distintos destinos dentro del mundo árabe, los israelíes hicieron asesinar al entonces presidente electo de El Líbano: el proisraelí Amin Gemayel; culparon a los palestinos buscando un pretexto para volver a ingresar al El Líbano cobrándose venganza de la derrota militar que habían sufrido a manos de las fuerzas progresistas libanesas y la OLP, en los civiles indefensos e inocentes de los campamentos palestinos de Sabra y Shatila.

Ingresaron de noche y mientras una parte del ejército israelí iluminaba los campamentos con bengalas lanzadas al aire durante toda la noche, la otra parte, en conjunto con la falange libanesa llevaban a cabo la peor carnicería de que nuestro pueblo tenga memoria. Las mujeres, los ancianos y los niños que los soldados victoriosos habían dejado en manos de las fuerzas internacionales de paz que nunca llegaron, fueron asesinados a sangre fría. Los corvos israelíes se ensañaron con los cuerpos débiles de sus víctimas, las fosas comunes se llenaron de partes de cuerpos, de extremidades, de fetos arrancados de los vientres de sus madres.

El mundo gritó como siempre. Sin mover un dedo.

La Organización de Naciones Unidas llenó los diarios de declaraciones de estupor y de condenas tajantes y declaraciones de rechazos. Una vez más el mundo entero ponía los discursos de horror, los israelíes la barbarie y los palestinos... la sangre de su pueblo, el alma de sus niños, la esperanza de sus mujeres, desgarradas por el fanatismo religioso y racismo del “pueblo elegido” y de sus aliados.

La consternación llegó incluso a la sociedad israelí que hizo caer a los responsables de su gobierno, aunque tiempo después los volviesen a escoger para llevar adelante los destinos del supuesto “pueblo de Dios”. Los responsables eran los mismos que en 1979 EEUU había premiado con el Nobel de la paz: Menahem Beguin y Ariel Shaaron, mostraron una vez más las imágenes de la civilización israelí y escribieron de paso, una de las páginas más negras de la historia del pueblo palestino y de la conciencia de la humanidad.


9.07.2007

EL GOBIERNO CIUDADANO Y EL ONCE DE SEPTIEMBRE

Una vez más el gobierno de la concertación pretende prohibir al pueblo de Chile que transite por calle Morandé para conmemorar uno de los días mas negros de la historia de la patria del cual algunos de los mismos que hoy están en los partidos de gobierno fueron perversos o irresponsables protagonistas.

La excusa que ha plantado el desvergonzado ministro del interior es que el PC y las agrupaciones de DDHH no tienen control sobre los encapuchados. Se olvida el Sr. ministro que es su pega la de mantener bajo control el orden interno del país, no la pega del Partido Comunista ni de las Agrupaciones de Derechos humanos y parece verdaderamente ridículo que los platos rotos de la incapacidad de los cuatro gobiernos de la concertación de cumplir su programa y desmantelar el injusto sistema económico impuesto a sangre y fuego por la dictadura, que es el principal causante del malestar ciudadano, la deba pagar el partido comunista y las agrupaciones de derechos humanos con la prohibición a su legítimo derecho de manifestarse.

Nadie duda que en el último tiempo la efervescencia social haya crecido de manera significativa en nuestro país. Las frustraciones acumuladas en nuestro pueblo han comenzado a estallar debido a la injusticia social que se manifiesta claramente en la ampliación de la brecha entre ricos y pobres y en que la mayoría de los chilenos debe vivir con menos de lo que la iglesia católica considera ético.

También contribuye a este ambiente de caos social, la incapacidad manifiesta de un gobierno que no ha perdido oportunidad de equivocarse en sus intentos por mejorar la calidad de vida de la población. Ejemplos patéticos de esta realidad la encontramos en los sendos fracasos de proyectos emblemáticos como el Transantiago, el Auge o la Reforma Provisional y en las numerosas mesas de diálogo que no llegan a nada y que solo logran expresar los intereses de los defensores del modelo para hacer creer a la gente que todo cambia para que todo siga igual.

Como si fuera poco, los atisbos de corrupción y el intervencionismo, tanto del gobierno con los fondos del estado como de los grandes empresarios con el financiamiento de las campañas políticas, sumado al temor evidente de la derecha y de sectores de la concertación a que en el parlamento se expresen de verdad las distintas sensibilidades existentes en nuestro país para dar paso a reformas y cambios que sean fiel reflejo de los intereses superiores de nuestro pueblo han terminado por consolidar una exclusión política que no es más que el fiel reflejo de la exclusión social y económica de grandes sectores de nuestro pueblo que solo se resignan a votar cada cuatro años por el mal menor.

Es evidente que todo esto ha alimentado las posiciones de quienes han perdido toda esperanza en lograr los cambios que el país requiere con urgencia por la vía de la institucionalidad heredada de la dictadura y ha surgido con fuerza la necesidad de imponer mediante la organización, la unidad y la lucha callejera los cambios que mayoritariamente el país demanda y que un congreso carente de representatividad se empeña en bloquear. Dentro de esta evolución han aparecido sectores radicalizados que han hecho de la violencia política su respuesta predilecta a la inmovilidad sustancial en la que ha caído nuestro país en la última década a pesar de todas las promesas de que la alegría llegaría.

Para colmo, el gobierno demuestra su nula capacidad de autocrítica y en ausencia total de argumentos que permitan sortear la crisis en ciernes pretende tapar el sol con un dedo y aplicar medidas antidemocráticas para tratar de ocultar al mundo el descontento creciente y cada vez más violento que se viene desarrollando en estos 17 años de gobiernos de la concertación. Es tan ridículo como decir que la protesta nacional del 29 no era contra el gobierno, como quisieron plantear algunos de sus voceros y representantes para tratar de bajarle el perfil a la importante demostración de la sistematización del descontento social.

Les da vergüenza que el mundo se entere de los problemas que enfrenta el país modelo al que todos quieren imitar y por eso pretenden responsabilizar al PC y a las agrupaciones de derechos humanos, de no poder controlar los fenómenos sociales en curso de los cuales el gobierno es, sino el único, el principal responsable.

En cualquier democracia de verdad las manifestaciones se permiten y se toman las medidas necesarias para proteger a los manifestantes pero en esta dictadura casi perfecta disfrazada de democracia, el gobierno opta por prohibir las manifestaciones, por intentar obligar al movimiento social a realizar solo las manifestaciones que ellos están dispuestos a tolerar para no manchar la imagen que han cultivado a punta de manipular y seleccionar la información que se produce y se exporta en nuestro país.



Resulta evidente que el impedir que el pueblo se manifieste de acuerdo a sus legítimos derechos es desde ya una provocación y que seguramente estará complementada con una represión desmesurada que generará como respuesta mayores desórdenes con los que se buscará justificar el estado policial que Belisario Velasco pretende imponer en el país. Resulta evidente también que lo único que conseguirá es elevar el descontento, la presión social y el descrédito del gobierno que va en caída libre y que ya nadie podrá detener. Este gobierno no es capaz de mantener el orden público porque no ha sido capaz de generar ni crecimiento con equidad ni desarrollar un gobierno ciudadano y ha preferido servir a los grandes empresarios y a las transnacionales dando la espalda precisamente a la ciudadanía que los eligió. No ha logrado cumplir ni siquiera su programa y quizá con el mismo criterio del vocero Lagos Weber, que planteó que si los organizadores de las manifestaciones no eran capaces de controlarlas no debieran organizarlas, habrá que asumir quizá que un gobierno que no es capaz de cumplir con sus promesas, tampoco debiera gobernar.