En su análisis suelen presentar la acumulación de trabajo, la acumulación de capital y la productividad como los factores determinantes del crecimiento económico y fieles a su discurso neoliberal sobreideologizado, han pretendido demostrar que a pesar de haberse mantenido la inversión de capital o incluso, en algunas áreas de la economía, de haberse incrementado, el crecimiento económico sigue estancado, lo que, según ellos, se explicaría por el estancamiento del factor conocido como productividad.
A su vez, y profundizando aún más el discurso neoliberal pretenden instalar, y para ellos se coordinan y actúan con una unidad y conciencia de clase verdaderamente digna de imitar, pretenden explicar el estancamiento de la productividad con las mismas variables que vienen repitiendo hace ya varias décadas sin obtener los resultados esperados.
Para ellos, y de esto da cuenta por ejemplo, la editorial del mercurio del día martes 18 de Diciembre del presente año en su artículo denominado “Relación entre inversión y crecimiento”, que la desaceleración de la productividad está ligada a factores tales como reformas económicas, flexibilidad en los mercados, eficiencia del sector público, calidad de la educación y funcionamiento de las instituciones. Aprovechan mediante esta definición, de endosar la responsabilidad de la productividad, de manera casi exclusiva en el mundo de los trabajadores y en el del gobierno, omitiendo ex profeso, aquellas variables en donde los responsables son exclusivamente los dueños de las empresas y la alta dirección de las mismas.
Por lo mismo, no debe llamarnos la atención el hecho de que estos académicos y comunicadores sociales dejen fuera de sus discursos explicativos estos factores que sin duda tienen en nuestro país, una mucha mayor incidencia en el estancamiento de la productividad que aquellos que guardan relación con los trabajadores y el estado y que guardan relación con lo que se conoce, en las academias de buen nivel y los países desarrollados, como clima laboral.
El clima laboral se entiende como el ambiente o la atmósfera en el que se desarrolla el trabajo dentro de la empresa y surge, principalmente, de las percepciones de los trabajadores respecto de las estructuras y procesos que ocurren en la empresa.
Dentro de estos procesos se destacan las condiciones de trabajo, la satisfacción en el mismo, los estilos de liderazgo, las relaciones interpersonales que en el trabajo se dan, el nivel de identificación de los trabajadores y trabajadoras con las empresas en que se desempeñan y principalmente la percepción acerca de la adecuación de la recompensa percibida por el trabajo realizado y su nivel participación en la repartición de los beneficios generados.
Lamentablemente, en nuestro país, tanto la derecha económica y académica como los lideres de los grandes empresarios han preferido omitir estos temas porque están tan mal calificados para dirigir los procesos económicos del país y adolecen de convicciones democráticas que en otros países ya nadie discute, que aun no caen en la cuenta que no hay mejor forma de aumentar la productividad de una nación que teniendo trabajadores satisfechos y contentos, orgullosos de ser parte de las empresas en donde se desarrollan, capaces de dar a sus familias, mediante su trabajo, la calidad de vida con la que sueñan para sus seres queridos e integrados plenamente a una sociedad que cuando esta en problemas les pide sacrificios pero que cuando le va bien es capaz de hacer participar a todos de los beneficios propios de los tiempos de bonanza.
De más está decir que en nuestro país lo que caracteriza el clima laboral es precisamente lo contrario: estilos de liderazgo autoritarios, exclusión social y política, ambientes competitivos y completamente atomizados, malas o insuficientes condiciones de trabajo, largas jornadas de trabajo y miles de familias viviendo en situaciones dramáticas debido a la incapacidad de proveerse de la calidad de vida con que sueñan para ellos y sus hijos, todo ello coronado con sueldos y salarios que solo sirven para reproducir y aumentar la desigualdad.
Esto contrasta fuertemente con países desarrollados en donde se trabaja mucho menos, se gana mucho más y, por lo mismo, se produce casi tres o cuatro veces lo que se produce en nuestro país y mientras las discusiones y la toma de decisiones se sigan dando con el sesgo que el sistema electoral le impone a la sociedad chilena, dejando excluidos de participar en las discusiones y en la toma de decisiones legislativas a vastos e importantes sectores, mucho más identificados con el destino de los trabajadores que aquellos que se reparten cómodamente el poder, se ve difícil que la situación vaya a cambiar tan radicalmente como nuestro país lo requiere.