Cuando el Domingo 10 de diciembre me enteré del fallecimiento de quien encabezara la dictadura más cruel que la historia de Chile haya conocido me inundó un sentimiento de profunda frustración porque no se había podido establecer la verdad judicial que tanto Chile necesitaba. Ahora bien, el hecho de que la muerte se lo llevara justo el día internacional de los derechos humanos me pareció como si algo sobrenatural hubiera querido dejar establecido lo que la red de protección y los cómplices de la dictadura que aun permanecen en esferas del gobierno y del poder judicial se empeñaron en negar, haciendo lo imposible por defenderlo y demorar las causas por violaciones a los derechos humanos, robos y enriquecimiento ilícito, en las que ya existían fundadas sospechas de la responsabilidad penal de Pinochet y de su círculo más íntimo.
No duró mucho mi frustración cuando me dirigí hacia la plaza Italia, al ver qué sucedía y cómo reaccionaba el pueblo de Chile. Pude percatarme de la gran fiesta popular que se había desatado por el deceso del dictador. Fui testigo de la alegría y de cómo el peso de la oscura noche se levantaba de la espalda de los miles que en pocos minutos se habían congregado en el lugar. Me di cuenta que quizá la verdad procesal, si bien era importante, no era o fundamental. Terminé por convencerme de que era irrelevante cuando vi que la gran mayoría de quienes celebraban como si se aproximara una nueva era rondaban los 20 años. No pude evitarlo. Me contagio su alegría y su sentimiento de liberación. Se acabaron los fetiches y todo aquello detrás de lo que se escondían los responsables verdaderos de las atrocidades cometidas y que son quienes mantienen “su Obra” como le llaman, hasta el día de hoy.
Las nuevas generaciones me llenaron de tranquilidad. Salvo aquellos que influidos por padres que hasta el día de hoy son capaces de defender asesinatos y robos para asegurar sus privilegios sociales, todos los jóvenes de mi país saben y sabrán que Pinochet fue un traidor a la patria; que siendo General en Jefe de las Fuerzas Armadas, se puso a disposición de una potencia extranjera para conspirar y derrocar a un gobierno democráticamente elegido. Saben ya que los demócratas de verdad saben que el único método para castigar a los gobiernos democráticamente elegidos cuando no se comparten sus políticas es el voto castigo que se ejerce en cada elección. Saben por sobretodo que nada es capaz de justificar la traición, el asesinato y el genocidio contra gente que solo es culpable de pensar distinto y de soñar un mundo mejor para todos y todas. Saben además que el éxito económico no vale de nada cuando solo beneficia a una minoría mientras arrincona a las grandes mayorías en la incertidumbre y en la incapacidad de satisfacer sus más básicas necesidades y las de sus seres queridos.
Ahora bien, pudiendo comprender la alegría que genera en muchos de aquellos que sufrimos bajo dictadura diversas situaciones que violaron nuestros derechos más elementales, no puedo dejar de recordar que la desaparición física de Pinochet no significa el final del pinochetismo o lo que algunos llaman “su obra”.
Ella se evidencia en todas las amarras constitucionales que los civiles que el 11 de septiembre del 1973 celebraron con Champagne el asesinato de la democracia, del presidente Allende y de miles de chilenos, siguen defendiendo hasta el día de hoy.
Ella se evidencia en el control directo e indirecto que sus herederos políticos ejercen sobre todas o la mayoría de las esferas del quehacer cotidiano en nuestro país, incapaces y temerosos de someterse a la voluntad popular que es lo que las democracias de verdad exigen a quienes ocupan los cargos de representación popular.
De hecho, se aseguraron hasta el día de hoy que siendo una minoría en el país, son los que determinan los cambios políticos y legales que se pueden y no se pueden hacer en Chile mediante el sistema electoral Binominal que les permite controlar la mitad del parlamento o el mínimo suficiente para impedir los cambios que la mayoría desea.
Se aseguraron el poder económico, mediante el traspaso fraudulento de las empresas estratégicas que le pertenecían a todos los chilenos a un grupo de inescrupulosos que se hicieron del patrimonio de Chile cuando no existía parlamento ni control efectivo de la sociedad civil sobre el quehacer de quienes gobernaban de facto junto al tirano, arrebatando al Estado de Chile gran parte de su capacidad de actuar en beneficio de las grandes mayorías nacionales que resultaron perdedoras en las transformaciones que convirtieron a Chile en el país modelos para aquellos que solo piensan en acumular riquezas para ellos y los suyos.
Se aseguraron, por último, el control de los medios de comunicación de masas cuando convencieron a los gobiernos de la Concertación de que la supremacía del mercado era más importante que la libertad de expresión mientras desaparecían uno tras otro, por problemas económicos, los medios de comunicación no ligados a la derecha económica y política, como el diario La Época, El Fortín Mapocho, La Revista Análisis y Rocinante por solo dar algunos ejemplos.
Es de esperar que el nuevo escenario que abre la muerte de Pinochet, le permita a esa parte de la sociedad que se siente, desde hoy, liberada del peso que la existencia física del tirano significaba, comprender que los cambios a los que aspiramos pueden y deben construirse con la participación y la unidad de todas las fuerzas y las personas que de una u otra manera sueñan y trabajan a diario por modificar el actual estado de cosas. Que ya es tiempo de que todos nos convirtamos en protagonistas de nuestra propia historia y nos subamos definitivamente al escenario de la misma, copando y tomándonos todos los espacios que el sistema hoy nos ofrece, por pequeños y acotados que ellos sean.
Es de esperar que luego de la desaparición física del tirano, los militares rompan el pacto de silencio que guardan hasta hoy y abandonen de una vez por todas, su vocación de ejército de clase y se decidan a ser defensores de la soberanía nacional y no de los privilegios de unos pocos. Que definitivamente se asuman como el ejército de todos los chilenos y no solo de los ricos a los que tanto Pinochet decía que había que cuidar y defender porque eran los que generaban la riqueza.
Es de esperar que surjan desde la derecha sectores comprometidos con la democracia y que aun manteniendo sus ideas acerca de la supremacía del mercado por sobre cualquier otro valor, estén dispuestos a someterse a los designios de la mayoría y eduquen a sus futuras generaciones, no en el odio hacia lo que algunos consideran los enemigos internos de la patria sino en la tolerancia y el respeto a la diferencia y en la subordinación respetuosa y democrática de las minorías a las mayorías.
Para ello es fundamental que los juicios de derechos humanos sigan adelante y que la justicia asuma el rol que con Pinochet en vida no supo asumir y logren establecer la verdad procesal y condenar a quienes junto a Pinochet abusaron del poder que la sociedad toda les había entregado para defender a la patria, y lo utilizaron en contra de esa misma sociedad bajo el pretexto inaceptable de la existencia del enemigo interno y el cáncer marxista del cual con todo orgullo me siento parte.
Para ello es fundamental que todos los responsables paguen sus deudas con la sociedad. Resulta indispensable que cada uno de los miembros de la familia militar sepan perfectamente a qué se atienen cuando se sientan tentados nuevamente de abandonar su rol para abanderarse por un sector político y sus mezquinos intereses.
Para ello es fundamental que generemos de conjunto con la sociedad toda, una nueva Carta Constitucional que represente el sentir de la mayoría de la nación, con una subordinación efectiva de los políticos a la sociedad civil que debiera poder dirimir las diferencias entre los poderes del Estado mediante los plebiscitos nacionales vinculantes cuando no exista acuerdo para avanzar en las materias que de verdad importan a las mayorías.
Para ello es necesario e imprescindible que se abra una discusión de carácter nacional que desplace del eje central de la discusión a la ciencia económica y sea capaz de instalar en su lugar a la felicidad humana que claramente no se logra solo mediante el consumo, como los defensores del modelo vigente insisten en plantear.
Para ello es necesario avanzar lo que se pueda en construir una historia común que sea capaz de identificar a todos o al menos a la gran mayoría de los chilenos, porque tengo claro que ninguna historia de mayorías podrá representar a personas tan inhumanas como el Padre Hazbún o Hermógenes Pérez de Arce que son capaces de mentir sin vacilar y defender las atrocidades más grandes cometidas solo por defender los privilegios de unos cuantos. Esa historia tendrá que ser radical. Tendrá que abandonar las visiones clásicas de los unos y los otros y ser capaces de mirarnos entre iguales, que es lo que le falta a esa parte de la sociedad que nos cataloga como enemigos internos y que se refiere a nosotros como el cáncer marxista. Claro está no solo será de responsabilidad de los historiadores sino que será de responsabilidad sobretodo, de la sociedad civil que espero pueda reencontrarse algún día cuando el pinochetismo como ideología comience a desaparecer también.
No duró mucho mi frustración cuando me dirigí hacia la plaza Italia, al ver qué sucedía y cómo reaccionaba el pueblo de Chile. Pude percatarme de la gran fiesta popular que se había desatado por el deceso del dictador. Fui testigo de la alegría y de cómo el peso de la oscura noche se levantaba de la espalda de los miles que en pocos minutos se habían congregado en el lugar. Me di cuenta que quizá la verdad procesal, si bien era importante, no era o fundamental. Terminé por convencerme de que era irrelevante cuando vi que la gran mayoría de quienes celebraban como si se aproximara una nueva era rondaban los 20 años. No pude evitarlo. Me contagio su alegría y su sentimiento de liberación. Se acabaron los fetiches y todo aquello detrás de lo que se escondían los responsables verdaderos de las atrocidades cometidas y que son quienes mantienen “su Obra” como le llaman, hasta el día de hoy.
Las nuevas generaciones me llenaron de tranquilidad. Salvo aquellos que influidos por padres que hasta el día de hoy son capaces de defender asesinatos y robos para asegurar sus privilegios sociales, todos los jóvenes de mi país saben y sabrán que Pinochet fue un traidor a la patria; que siendo General en Jefe de las Fuerzas Armadas, se puso a disposición de una potencia extranjera para conspirar y derrocar a un gobierno democráticamente elegido. Saben ya que los demócratas de verdad saben que el único método para castigar a los gobiernos democráticamente elegidos cuando no se comparten sus políticas es el voto castigo que se ejerce en cada elección. Saben por sobretodo que nada es capaz de justificar la traición, el asesinato y el genocidio contra gente que solo es culpable de pensar distinto y de soñar un mundo mejor para todos y todas. Saben además que el éxito económico no vale de nada cuando solo beneficia a una minoría mientras arrincona a las grandes mayorías en la incertidumbre y en la incapacidad de satisfacer sus más básicas necesidades y las de sus seres queridos.
Ahora bien, pudiendo comprender la alegría que genera en muchos de aquellos que sufrimos bajo dictadura diversas situaciones que violaron nuestros derechos más elementales, no puedo dejar de recordar que la desaparición física de Pinochet no significa el final del pinochetismo o lo que algunos llaman “su obra”.
Ella se evidencia en todas las amarras constitucionales que los civiles que el 11 de septiembre del 1973 celebraron con Champagne el asesinato de la democracia, del presidente Allende y de miles de chilenos, siguen defendiendo hasta el día de hoy.
Ella se evidencia en el control directo e indirecto que sus herederos políticos ejercen sobre todas o la mayoría de las esferas del quehacer cotidiano en nuestro país, incapaces y temerosos de someterse a la voluntad popular que es lo que las democracias de verdad exigen a quienes ocupan los cargos de representación popular.
De hecho, se aseguraron hasta el día de hoy que siendo una minoría en el país, son los que determinan los cambios políticos y legales que se pueden y no se pueden hacer en Chile mediante el sistema electoral Binominal que les permite controlar la mitad del parlamento o el mínimo suficiente para impedir los cambios que la mayoría desea.
Se aseguraron el poder económico, mediante el traspaso fraudulento de las empresas estratégicas que le pertenecían a todos los chilenos a un grupo de inescrupulosos que se hicieron del patrimonio de Chile cuando no existía parlamento ni control efectivo de la sociedad civil sobre el quehacer de quienes gobernaban de facto junto al tirano, arrebatando al Estado de Chile gran parte de su capacidad de actuar en beneficio de las grandes mayorías nacionales que resultaron perdedoras en las transformaciones que convirtieron a Chile en el país modelos para aquellos que solo piensan en acumular riquezas para ellos y los suyos.
Se aseguraron, por último, el control de los medios de comunicación de masas cuando convencieron a los gobiernos de la Concertación de que la supremacía del mercado era más importante que la libertad de expresión mientras desaparecían uno tras otro, por problemas económicos, los medios de comunicación no ligados a la derecha económica y política, como el diario La Época, El Fortín Mapocho, La Revista Análisis y Rocinante por solo dar algunos ejemplos.
Es de esperar que el nuevo escenario que abre la muerte de Pinochet, le permita a esa parte de la sociedad que se siente, desde hoy, liberada del peso que la existencia física del tirano significaba, comprender que los cambios a los que aspiramos pueden y deben construirse con la participación y la unidad de todas las fuerzas y las personas que de una u otra manera sueñan y trabajan a diario por modificar el actual estado de cosas. Que ya es tiempo de que todos nos convirtamos en protagonistas de nuestra propia historia y nos subamos definitivamente al escenario de la misma, copando y tomándonos todos los espacios que el sistema hoy nos ofrece, por pequeños y acotados que ellos sean.
Es de esperar que luego de la desaparición física del tirano, los militares rompan el pacto de silencio que guardan hasta hoy y abandonen de una vez por todas, su vocación de ejército de clase y se decidan a ser defensores de la soberanía nacional y no de los privilegios de unos pocos. Que definitivamente se asuman como el ejército de todos los chilenos y no solo de los ricos a los que tanto Pinochet decía que había que cuidar y defender porque eran los que generaban la riqueza.
Es de esperar que surjan desde la derecha sectores comprometidos con la democracia y que aun manteniendo sus ideas acerca de la supremacía del mercado por sobre cualquier otro valor, estén dispuestos a someterse a los designios de la mayoría y eduquen a sus futuras generaciones, no en el odio hacia lo que algunos consideran los enemigos internos de la patria sino en la tolerancia y el respeto a la diferencia y en la subordinación respetuosa y democrática de las minorías a las mayorías.
Para ello es fundamental que los juicios de derechos humanos sigan adelante y que la justicia asuma el rol que con Pinochet en vida no supo asumir y logren establecer la verdad procesal y condenar a quienes junto a Pinochet abusaron del poder que la sociedad toda les había entregado para defender a la patria, y lo utilizaron en contra de esa misma sociedad bajo el pretexto inaceptable de la existencia del enemigo interno y el cáncer marxista del cual con todo orgullo me siento parte.
Para ello es fundamental que todos los responsables paguen sus deudas con la sociedad. Resulta indispensable que cada uno de los miembros de la familia militar sepan perfectamente a qué se atienen cuando se sientan tentados nuevamente de abandonar su rol para abanderarse por un sector político y sus mezquinos intereses.
Para ello es fundamental que generemos de conjunto con la sociedad toda, una nueva Carta Constitucional que represente el sentir de la mayoría de la nación, con una subordinación efectiva de los políticos a la sociedad civil que debiera poder dirimir las diferencias entre los poderes del Estado mediante los plebiscitos nacionales vinculantes cuando no exista acuerdo para avanzar en las materias que de verdad importan a las mayorías.
Para ello es necesario e imprescindible que se abra una discusión de carácter nacional que desplace del eje central de la discusión a la ciencia económica y sea capaz de instalar en su lugar a la felicidad humana que claramente no se logra solo mediante el consumo, como los defensores del modelo vigente insisten en plantear.
Para ello es necesario avanzar lo que se pueda en construir una historia común que sea capaz de identificar a todos o al menos a la gran mayoría de los chilenos, porque tengo claro que ninguna historia de mayorías podrá representar a personas tan inhumanas como el Padre Hazbún o Hermógenes Pérez de Arce que son capaces de mentir sin vacilar y defender las atrocidades más grandes cometidas solo por defender los privilegios de unos cuantos. Esa historia tendrá que ser radical. Tendrá que abandonar las visiones clásicas de los unos y los otros y ser capaces de mirarnos entre iguales, que es lo que le falta a esa parte de la sociedad que nos cataloga como enemigos internos y que se refiere a nosotros como el cáncer marxista. Claro está no solo será de responsabilidad de los historiadores sino que será de responsabilidad sobretodo, de la sociedad civil que espero pueda reencontrarse algún día cuando el pinochetismo como ideología comience a desaparecer también.
1 comentario:
No se que pasó, pero se borraron todos los mensajes anteriores, no obstante, me gustaría seguir discutiendo al respecto. Retomando lo anterior:
"A propósito olvidaste, seguramente, que la DC y la Derecha chilena se habían pouesto a disposición de una potencia extranjera para evitar incluso que Allende asumiera."
Vaya: hubiese sido mas facil que se hubiesen limitado a no votarle:
"». El plan, sin embargo, no funcionó. La DC y la UP llegaron a un entendimiento tras el triunfo de Allende, y se reveló la existencia de un pacto secreto entre los dos candidatos de izquierda (Tomic y Allende) en el que cada uno reconocía la victoria del otro si la diferencia era mayor a los 5.000 votos, y la de Alessandri sólo si este los superaba a ambos por más de 100.000 votos. "
http://es.wikipedia.org/wiki/Salvador_Allende
"A propósito se te olvidó el asesinato de Shneider y el boicot del imperio para desestabilzar a Allende."
En 1970. Inutil a todas luces; de hecho la DC votó por la nacionalización del cobre y todo el mundo estuvo de acuerdo en robar a los americanos. Luego, claro, cuando Allende empezó a robar a los de allí, las cosas cambiaron.
"No hay por lo mismo, ni el mínimo espacio común en el ámbito de los valores, para poder discutir, eres un asesino y un ladrón potencial cuando las cosas no van como te gustan y eso no se puede cambiar"
Supongo que como tu no eres ni un asesino ni un ladron potencial rechazas todos los procesos politicos violentos, incluyendo la II Guerrra Mundial y todas las revoluciones de izquierdas del s.XX.
Si no eres partidario de S.Francisco de Asis, me encantaria saber cuales son los criterios que en tu opnion justifican la acción política violenta.
Y ya que estamos, ¿que opinas de Fidel Castro?
Juan
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