3.06.2007

TRANSANTIAGO Y CRISIS URBANA. ENTENDER LAS CAUSAS PARA IMAGINAR EL FUTURO.

1. Introducción.

Nadie duda que racionalizar el transporte público del Gran Santiago era y sigue siendo una necesidad vital para reencauzar a nuestra capital por la senda del Desarrollo Sustentable y del mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes. Sin embargo, un análisis serio, que considere adecuadamente las causas de la crisis que viven nuestras metrópolis, concluirá que el Transantiago es una medida necesaria pero insuficiente; que puede mejorarse significativamente; pero que el transporte público es solo una parte del problema y que si no se toman medidas correctivas más profundas en otras áreas del ordenamiento territorial, todos los cambios que se hagan, solo lograrán postergar la crisis pero no de evitarla y mucho menos revertirla.

Ahora bien, independientemente de lo necesario que se hace racionalizar el transporte público, la forma en que se ha desarrollado este proyecto, sin una planificación competente, sin la adecuada participación de la sociedad civil organizada y con la falta de una mirada más integral del problema de Santiago, ha permitido, una vez más, que los enemigos del Estado salgan a entronizar al mercado como la única posible solución a los problemas que el mismo mercado ha generado. Como si el remedio pudiera venir desde donde vino la enfermedad.


Se pretende opacar así, la necesidad evidente de reinstalar al estado como cerebro y dirección superior de la sociedad, dotándolo de mayores atribuciones y herramientas legales para asegurar el bienestar de la sociedad en su conjunto y regular, adecuadamente, la actividad y los intereses privados que muchas veces atentan clara y evidentemente contra el bienestar de las mayorías.

Conscientes de la mala memoria de nuestros conciudadanos, la derecha pretende instalar, una vez más, la duda acerca del rol que el mercado ha jugado en la actual crisis metropolitana, lo que podría hacer pensar a más de alguien, si es la derecha la alternativa que el país requiere para salir del estancamiento que en tantas áreas de la vida cotidiana de nuestro pueblo, la concertación ha generado luego de 17 años de gobierno formalmente democrático.

El presente artículo pretende hacer un poco de historia y analizar las causas del caos que vive actualmente nuestra capital para refrescar la memoria de algunos y abrir los ojos a las nuevas generaciones acerca de los verdaderos responsables de la misma. Al mismo tiempo, pretendo aportar al debate de las transformaciones que son necesarias en el Transantiago y como este proyecto debe complementarse con medidas que vayan en la dirección de atacar las causas, y no solo los síntomas, del problema.

1. La llamada revolución capitalista y su impacto en el ordenamiento territorial de nuestras ciudades.

Desde que la dictadura militar abrazó el modelo neoliberal y lo impuso por las armas en nuestro país, el mercado fue concebido como amo y señor de todas las actividades de la vida nacional.

El uso del suelo y el ordenamiento territorial corrieron la misma suerte y a partir de 1979, mediante la implementación de la Política Nacional de Desarrollo Urbano (PNUD), se definió que el suelo dejaría de ser considerado un bien escaso y que su uso quedaría determinado exclusivamente por la rentabilidad que este generara para sus propietarios.

Desaparecía así la histórica contradicción entre el uso agrícola y el uso urbano que al suelo podía dársele, la que a partir de entonces se resolvería mediante la todopoderosa ley de la oferta y la demanda, reduciendo la planificación territorial a un tema de pura rentabilidad privada.

De esa manera, si un terreno agrícola le otorgaba mayores ganancias a su propietario como terreno urbano, este no tendría ningún obstáculo para cambiar el uso del suelo y hacer de él lo que mayores ganancias le reportara, sin importar las externalidades que aquello generara para la ciudad y el país.

Desde ese momento, la ciudad de Santiago comenzó crecer como una verdadera mancha de aceite, inorgánica, desordenada y sin más objetivo que asegurar utilidades fabulosas para los inversionistas inmobiliarios, que además se vieron favorecidos por otras modificaciones legales y beneficios tributarios que terminaron por convertirlos en amos y señores de la tierra y de toda acción urbana que se desarrollara.

Se le entregó pública y oficialmente al mercado la atribución de definir la forma y oportunidad del crecimiento de las ciudades, asegurando los derechos urbanos básicos, según versaba la política oficial[1], mediante el funcionamiento de un eficiente mercado del suelo en donde se eliminarían todos los obstáculos a la iniciativa privada en búsqueda de la mayor rentabilidad que esta pudiera lograr. En 20 años la gran Capital consumió más hectáreas rurales que en sus 150 años precedentes.

Los especuladores urbanos se lanzaron sobre los suelos agrícolas de la periferia exterior de la ciudad concentrando la propiedad de todos los terrenos definidos como de expansión urbana y comenzaron, con la ayuda de la dictadura, un proceso de traslado forzado de las poblaciones de menores recursos que se ubicaban en las zonas centrales y peri centrales de la ciudad hacia estas zonas periféricas, haciendo estupendos negocios de la mano de las políticas habitacionales de la dictadura.

Luego de haber vaciado esos terrenos, se dedicaron a desarrollar en ellos estupendos negocios inmobiliarios para los sectores de mayores recursos, ubicados en las zonas consolidadas de la ciudad y en los sectores de expansión más privilegiados.

De esa manera convirtieron la metrópoli en una ciudad conformada por barrios homogéneos en donde se agruparon, absolutamente diferenciados por su poder adquisitivo, los distintos segmentos de la sociedad chilena. Se creo así una ciudad tremendamente segregada y fragmentada en donde los ricos vivirían con los ricos, la clase media con la clase media y los pobres con los pobres, todos perfectamente ordenados desde un centro reservado mayoritariamente a las actividades comerciales, hasta una periferia cada vez más lejana conformada exclusivamente por poblaciones construidas a partir de las políticas de vivienda social, hacia el norte, el sur y el poniente de la ciudad. La periferia Oriente, eso sí, bastante más cercana al centro y acotada por la cordillera en sus espaldas se reservaría exclusivamente a las capas más adineradas de la población. La figura nº 1 muestra la distribución espacial de la población por distintos grupos socioeconómicos[2].

Figura Nº 1Entre ambos polos, se consolidaría, con el tiempo una zona peri central aun en desarrollo (o periferia del centro) en donde se fueron aglutinando como colchón entre la riqueza y la pobreza, las capas medias unidas entre si y con el centro neurálgico mediante un par de corredores urbanos que terminaron uniendo las antiguas ciudades dormitorio como era Puente Alto y Maipú con el centro fundacional.

Cada sector atrajo la oferta de servicios que era capaz de pagar y lógicamente la periferia pobre quedó condenada a obtener los servicios subsidiados por el Estado que era lo único a lo cual podían tener acceso, con infraestructura deficitaria, lejos de sus lugares de trabajo; lejos de los lugares de abastecimiento; distantes además de los paupérrimos servicios de salud y educación que ofrecía el gobierno y como si fuera poco, sin acceso a la cultura, el deporte ni la recreación.

El paso siguiente fue entregar al mercado también, los servicios de salud, educación y por supuesto, el servicio de transporte público, sin ninguna planificación privada ni plan gubernamental que respondiera a las necesidades de los habitantes, convencidos como siguen hasta el día de hoy la mayoría de quienes gobiernan, que el mercado todopoderoso y eterno, asignaría de la manera más eficiente y eficaz, los recursos para asegurar a los habitantes la satisfacción de sus necesidades y derechos básicos[3] y el transporte para llegar a ellos.

De esa manera, en el tema del transporte, cada gran empresario de la locomoción colectiva definió a voluntad sus recorridos que, no pocas veces, barrían la ciudad como en un verdadero laberinto para cubrir la dispersa e inorgánica demanda generada por una ciudad sin planificación y desarrollada solo a partir de los lucrativos negocios de los grandes empresarios de todos los rubros. Los pequeños y microempresarios de la locomoción se subordinaron a los que tomaban las decisiones y solo contribuyeron a hacer más compleja la situación, generando una competencia entre cientos de operadores, cada uno respondiendo a sus propios intereses.

Las consecuencias no tardaron en llegar y Santiago se convirtió en una ciudad caótica, con un sistema de trasportes más caótico aún, con miles de micros de distinto color primero y amarillas después echando por tierra todas las promesas de eficiencia y eficacia del mercado privado del transporte colectivo, las que se hicieron trizas ante la realidad objetiva que se iba consolidando mientras Santiago se convertía en una de las ciudades mas ineficientes, ineficaces y contaminadas del mundo.

Esto, sin contar los problemas sociales derivados de la segregación social y de la fragmentación urbana que perdura hasta hoy, con los bolsones de pobreza convertidos en tierra fértil para el hacinamiento, el micro tráfico, el trabajo y la explotación infantil, la violencia intrafamiliar y la conformación de una clase dominada, absolutamente ensimismada e incapaz incluso de soñar con un vida mejor y de organizarse para tales efectos.

La evidencia de la crisis hacia la que se estaba avanzando fue alertada por muchos investigadores urbanos pero la respuesta siempre fue la misma. La ciencia y la técnica traerían las soluciones a los problemas generando además nuevas áreas de negocios y todos los problemas serían resueltos de manera mágica por el todopoderoso mercado.

En este escenario y por estas razones se multiplicaron por miles los casos de personas que vivían en Pudahuel, en Maipú, en Quilicura o en Puente Alto y que trabajaban en Vitacura, La Reina, Las Condes, Ñuñoa y providencia, que tenían que invertir muchas horas y dinero en traslados difíciles y escasos mientras el libre mercado del transporte público llenaba las calles de la ciudad de micros que la mayor parte del tiempo transitaban vacías y amenazantes, como si fueran los dueños de las mismas. Causando pavor y más de algún dolor de cabeza a los automovilistas y transeúntes que se cruzaban en su camino, contaminando la vida con su smog, su ruido infernal y su monstruoso espectáculo, sin contar los interminables tacos que alargaban las distancias ya lejanas, para la mayoría de la población. Así nació el verdadero problema de nuestra ciudad, los numerosos e interminables viajes que toda la población está obligada hacer a diario para buscar satisfacer sus necesidades. La verdadera causa de los tacos, la congestión y la contaminación. Una ciudad diseñada y construida para satisfacer solo al divino mercado.

2. Las Ampliaciones de Calles, las Grandes Autopistas y el Transantiago: La Ineficiencia de la Eficiencia o La solución desde el modelo.

En la medida que la ciudad crecía las micros y los recorridos se multiplicaban y los tiempos empleados por los habitantes de las capas populares para desplazarse desde sus casas a sus trabajos o a sus lugares de estudio y abastecimiento se fueron incrementando al mismo ritmo que se encarecía todo en virtud de la irrupción del mercado como ente regulador de todas las esferas de la vida cotidiana.

Los conocidos tacos se hicieron comunes en una ciudad pensada para el siglo XIX y en donde la planificación había sido prohibida en beneficio del mercado todopoderoso y eterno.

Los defensores del modelo, incapaces de enmendar el rumbo debido a su sobre ideologización neoliberal intentaron hacer una autocrítica con la nueva Política Nacional de Desarrollo Urbano de 1985 pero esta nunca llego a convertirse en nuevas leyes e instrumentos que permitieran al Estado revertir la situación. De esa manera, con el modelo consolidado mediante las armas y sin herramientas ni convicción para corregirlo, solo pudieron intentar soluciones que lejos de ayudar, profundizaron la crisis tratando de dar respuestas mecánicas a las tendencias desatadas por sus mismas políticas.

Se dedicaron primero a ampliar las calles eliminando el espacio público como veredas, plazas y parques para que pudieran acoger a un parque automotriz en constante crecimiento. Todas las ampliaciones volvieron a quedar obsoletas por los nuevos flujos siempre crecientes de micros y automóviles que hacían cada vez recorridos más largos y demorosos y la ciudad comenzó a ser destruida por las expropiaciones. Cuando todo aquello fue insuficiente comenzaron a atravesarla por sendas carreteras que tuvieron el mismo final y que significaron un tremendo derroche de recursos.

El caso más emblemático de esta visión fue la carretera Norte Sur que dividió a Santiago en dos prometiendo fluidez y velocidad y que no consiguió más que profundizar la segregación sin jamás responder a sus promesas.

Se siguió centrando el problema en la congestión y la contaminación sin caer en la cuenta de que ellas eran los efectos de los viajes producidos por una ciudad sin planificación, segregada y fragmentada.

Se dio continuidad a la política de ampliar avenidas y calles, generando una pérdida increíble de patrimonio cultural y arquitectónico y económico, pasando por alto historias de vida y experiencias colectivas de barrios consolidados que fueron arrasados por “el Progreso”.

En el ínter tanto la ciudad seguía creciendo y nadie hablaba de lo que en los círculos académicos más independientes era un secreto a voces. El mercado se había revelado como altamente ineficiente en la asignación del recurso suelo y en lo que a transporte colectivo se refiere y se había generado una ciudad cuyos síntomas globales eran terminales.

Su crecimiento descontrolado y dicotómico había generado problemas incluso en otras áreas de la vida cotidiana de la metrópoli y de la nación y por más que se hablara en contra del centralismo todo se seguía centralizando. En la ciudad coexistían sin tocarse la pobreza y la riqueza, el derroche y al escasez, el ocio y la superexplotación, la salud y la enfermedad. La congestión llegó a niveles críticos y la desaparición permanente y sistemática de bienes y servicios ambientales en beneficio de más y mejores negocios inmobiliarios fue agravando la crisis medioambiental hasta el estado de cosas actuales.

Se implementó un plan para la Descontaminación de Santiago, pero el mismo estado lo dejó obsoleto al pasar por alto las principales conclusiones del mismo que apuntaban a la necesidad imperiosa de contener la ciudad y crecer en altura y no en extensión.

Los gobiernos de la concertación, de la mano de profesionales inescrupulosos que iban y venían entre el mundo privado y el aparato público, incorporaron miles de hectáreas rurales al parque urbano, sin ninguna necesidad inmobiliaria real mientras en el centro de la ciudad subsistían áreas completas con un deterioro evidente que podrían haber albergado a toda La Florida y Pudahuel en cantidad de habitantes por hectáreas.

Hubiéramos necesitados muchos menos buses y metros. Habrían sido necesarios muchos menos viajes para satisfacer las necesidades básicas de la población y tendríamos mucha menos contaminación, pero claramente muchos negocios inmobiliarios que han favorecido a los mismos de siempre no se hubieran realizado.

Como si fuera poco, las jornadas laborales se alargaron porque el mercado del trabajo también fue supeditado a la todopoderosa ley de la oferta y la demanda, y sumadas a los desplazamientos cada vez más distantes y lentos, consolidaron una ciudad en donde una persona que vive en la periferia demora más en llegar a su trabajo de lo que demora un habitante de las zonas exclusivas en llegar desde su vivienda en la zona oriente de santiago, a su segunda vivienda en la costa central.

Todo esto mientras los defensores del modelito gritaban acerca de la necesidad de defender a la familia de la ley del divorcio y de la píldora del día después. A esa misma familia que habían destruido cuando generaron una ciudad en que los padres no tienen ni tiempo para compartir con sus hijos y colaborar en su formación porque la mayor parte del mismo la pasan trabajando o arriba de buses que los llevan y los traen durante horas desde y hacia sus hogares o lo que queda de ellos.

Paralelamente se comenzó a hablar de la necesidad de transformar y reformar e transporte público pero años de obstrucción del empresariado de la locomoción colectiva y la falta de una real voluntad política para llevar a cabo los cambios necesarios lo fueron postergando hasta que se hizo imprescindible para paliar la crisis que ya nadie podía detener.

Los defensores del mercado le echaron siempre la culpa al Estado y siguieron repitiendo el discurso que veía en los privados y en el mercado la única solución y mientras el proyecto estrella, ese que vendría a salvar a la Capital del caos lograba ver la luz con más de 6 años de retraso, terminaron por construir varias autopistas concesionadas que prometían ser mucho mejores, mas fluidas y rápidas que las estatales, logrando en pocos años, y con la venia y el compromiso del gobierno de Lagos, que se privatizaran hasta las calles de la ciudad.

Al poco tiempo las autopistas colapsaron en las horas de mayor demanda y todas las promesas de eficiencia y eficacia se olvidaron y solo permanecieron los lucrativos negocios de los empresarios ahora convertidos en dueños de nuestras calles y con el derecho legal a subir as tarifas cuando la congestión que debían eliminar amenazara con arruinar el negocio.


En este contexto el Plan de Transporte Público para el Gran Santiago (Transantiago), independiente de sus incontables fallas de diseño y de la incompetencia evidente de algunos de sus planificadores, y a pesar del claro boicot por parte de algunos de los operadores, no deja de ser una necesidad vital para mejorar la calidad de vida de los santiaguinos. Sin embargo, no podemos olvidar que este Plan solo apunta a mejorar el transporte y no a solucionar los problemas de la ciudad.

De hecho, no tiene ni tendrá la capacidad de mejorar la seguridad pública del transporte colectivo de pasajeros y el impacto que tendrá en la disminución de la congestión vehicular será solo temporal hasta que el parque automotriz vuelva a incrementarse y a colapsar las calles y avenidas de nuestra ciudad.

Resulta evidente también que las promesas de abaratar costos de transporte y disminuir los tiempos de viajes tampoco será posible ya que la cantidad de transbordos y la espera en los mismos harán finalmente los viajes más caros y lentos ara quienes viajan entre las periferias de Santiago, es decir, para los niveles socioeconómicos más vulnerables.

Cuando uno lo estudia, da la sensación de que hubiese sido diseñado desde el centro hacia la periferia y no al revés como hubiera sido lo lógico y lo adecuado y que su diseño no contempló una participación ciudadana temprana y vinculante, lo que hubiera mitigado en gran parte el problema de diseño que hoy evidencia el Plan. De hecho, la autoridad responsable apostó a seducir más que a construir en conjunto con la sociedad civil el Plan en cuestión y para ello utilizó a un ídolo deportivo que hipotecó su credibilidad en beneficio de un Plan mal elaborado y peor ejecutado.

De esta manera los menos beneficiados y los que más han sufrido los errores garrafales del Plan han sido los postergados de siempre. Las periferias pobres adonde los recorridos no llegan y en donde las frecuencias son insuficientes. Aquellos que tienen que caminar más de 10 cuadras para alcanzar uno de los recorridos por barrios tremendamente inseguros y hostiles.

Claro está que para quienes tienen auto o viven en el peri centro y el centro de la ciudad, o para aquellos que tienen la suerte de vivir pegados a un metro, el plan ha sido fantástico. De hecho, lejos de desincentivar el uso del automóvil, el resultado ha sido una invitación a subirse al mismo, ahora con menos tacos para circular por las arterias principales que antes permanecían colapsadas.

Pero para quienes más necesitaban que el transporte mejorara, ha devenido en un deterioro significativo de su calidad de vida, un aumento de los costos y de los tiempos de viajes, cumpliendo a cabalidad una profecía auto cumplida y que planteaba que el Transantiago no podría cumplir sus dos principales promesas: La de ser más barato y la de acortar los tiempos de viajes.

No obstante lo anterior, ninguno de los errores garrafales de los cuales solo son responsables los gobiernos de la concertación, y en especial el de Michelle Bachelet, puede llevarnos a pensar que debe volverse al sistema antiguo por mucho mejor que parezca a la vista interesada de quienes solo buscan satisfacer los intereses del mercado.

Resulta imprescindible entonces avanzar hacia un rediseño del Plan con una participación efectiva, temprana y vinculante de los usuarios en las definiciones de los recorridos y las frecuencias.

Para esto se hace indispensable desarrollar en las esferas de gobierno una voluntad más real de incorporar la participación ciudadana, ya no solo como discurso, sino que con cambios legales que establezcan la participación, no como una posibilidad sino como un derecho constitucional. Sin embargo, no parece que en esa dirección vayan los intentos de algunos personeros del gobierno de criminalizar las organizaciones que han surgido de los usuarios del transporte público y mucho menos las acciones que desde el legítimo descontento con el pésimo funcionamiento de sus primeros días y con los perjuicios económicos y sociales generados por la implementación del Plan, han surgido.

De la misma manera, se requiere con urgencia que la organización de los usuarios del transporte colectivo adopte una estructura territorial representativa de los distintos barrios y comunas, que funcione como contralor social de ésta y de otras acciones del gobierno en esa materia y que estén en constante y sistemático dialogo institucional con los responsables del Plan.

También resulta indispensable mejorar significativamente las condiciones laborales de quienes en él trabajan, ya que la satisfacción laboral de los conductores tiene y tendrá un impacto significativo en la calidad del servicio que se pueda prestar.

En términos de inversiones futuras, debe priorizarse la extensión del Metro de Santiago pues es y será el componente fundamental de cualquier sistema integrado de transporte que desee implementarse en nuestra ciudad.

En término de costos, el Estado debe asegurar que este sistema integrado de transporte no se encarezca como ha pasado con las carreteras por lo que deberá buscar fórmulas para regular los precios sin terminar subsidiando a las empresas, mientras se decide a jugar un rol mucho más activo y determinante en el sistema de transporte colectivo de pasajeros que tarde o temprano volverá a ser público y a estar al servicio de las grandes mayorías.

Es efectivo, nadie puede dudar ni un segundo que con todo lo malo que el Transantiago ha sido en sus primeros días de funcionamiento, es mejor que lo que antes había según el modelo que propone la derecha, y será, una vez tomadas las medidas pertinentes, un salto cualitativo en la calidad de servicio que este puede llegar a representar en un futuro mediano plazo.

Este debe permanecer y mas temprano que tarde, debe el Estado volver a hacerse cargo directamente de un tema tan sensible para la calidad de vida de los habitantes de cualquier ciudad que por ser un servicio público, no siempre es compatible con el lucro y debe estar principalmente al servicio de las capas más desprotegidas de la población.

Deben mejorarse los evidentes errores que han provocado la histérica reacción de los representantes del gran empresariado, que han preferido atacar al rol regulador del estado por intentar sobre regular, dice ellos, una actividad que con anterioridad, ellos mismos le habían entregado en bandeja al mercado todopoderoso y que este no pudo desarrollarla de manera eficiente y eficaz.

Es de esperar por último que este sea el inicio de un nuevo trato y de una nueva actitud del estado para con los servicios públicos los que deben ser considerados como bienes y derechos sociales y por tanto con un rol mucho más activo del estado cuando de servicios públicos se trata.

3. Única Solución: Intervenir el Territorio desde el Estado para generar una ciudad integrada e integral.

Ahora bien, si en algún minuto alguien hubiera pensado en invertir una cuarta parte de lo que se ha botado en autopistas, que solo sirven a quienes pueden pagarlas, bajando los tiempos de desplazamientos entre sus oficinas y sus casas y entre éstas y sus segundas viviendas en los balnearios exclusivos de la V Región, en dotar a la periferia de la infraestructura de salud, educación, áreas verdes, servicios, cultura, esparcimiento y trabajo nada de lo anterior hubiera ocurrido. Miles de viajes diarios podrían evitarse y la congestión y la contaminación podrían reducirse drásticamente sin seguir botando dinero en inversiones que se usan a su total capacidad solo cuatro horas al día y durante el resto del tiempo equivalen a dinero, mucho dinero, literalmente botado en las calles.

Claro que para eso hubiéramos necesitado un Estado con capacidad para anticiparse a las tendencias que surgen del mercado y para intervenir el territorio, regulando la actividad de los privados cuando estas generan externalidades negativas de las que no se hacen cargo.

Para eso, la concertación hubiera tenido que haber cumplido sus promesas en orden a revertir el proceso de jibarización del Estado y tendría que haber estado dispuesta a jugar un rol más allá de administrar el modelo heredado de la dictadura.

Se hubieran necesitado más cojones o una convicción más profunda acerca de lo que el país necesitaba para revertir el proceso diseñado por la dictadura. Se hubiera necesitado mayor generosidad política para conformar una mayoría nacional que fuera capaz de generar las condiciones para modificar las leyes que rigen la vida de la nación, pero el temor a la derecha y la comodidad de los puestos junto a los sueldos de gobierno y del poder legislativo los sedujeron a tal punto que hasta el día de hoy, salvo algunos cambios menores, la estructura de los cambios de la revolución silenciosa del capital financiero y transnacional siguen intactos, como si no hubieran pasado 17 años ya desde que se supone que derrotamos a la dictadura.

Por lo mismo es importante destacar que sin un cambio de modelo de desarrollo y sin una verdadera transformación democrática de nuestras instituciones y de la sociedad en su conjunto, todos las acciones correctivas que pueden y deben desarrollarse en el Transantiago no se llevarán a cabo y las que se realicen no serán capaces de lograr el objetivo central que persiguen y que es el mejoramiento significativo de la calidad de vida de nuestra metrópoli.

Para logar aquello, junto con mejorar el Transantiago, deberán desarrollarse desde el estado, sendas acciones en materia de planificación e intervención del territorio de manera de logar una ciudad integrada e integral en donde los habitantes tengan lo más a mano posible, cómo satisfacer sus necesidades básicas y sobretodo aquellas que más viajes generan en la actualidad como son el estudio y el trabajo.

De la misma manera debe volver a darse una discusión nacional acerca del modelo de desarrollo urbano que nuestro país necesita para volver a poner al centro la maximización de la rentabilidad social de las políticas sociales, especialmente las de vivienda, suelo, educación, salud, y transporte público, subordinando la rentabilidad privada al bien común.

Junto con esto, y luego de asegurar la existencia en las periferias y barrios populares de toda la infraestructura cuya falta genera los viajes en la ciudad, el estado deberá abocarse a desarrollar una política de reconstrucción del espacio público con miras a fomentar el uso de la bicicleta y de las caminatas para aquellos viajes más cortos, para lo que no hay que olvidar que a diferencia de la geometría euclidiana, el camino más corto entre dos puntos, al interior de las ciudades es siempre el camino más seguro y hermoso.

No puede dejarse de lado entonces la recuperación de plazas, parques, avenidas y calles para la circulación peatonal, lo que requiere de una inversión mayor en iluminación, seguridad y arborización para generar barrios amables que inviten a los habitantes a apropiarse de ellos y a habitarlos permanentemente.

Claramente, todos estos cambios y otros muchos que son necesarios y que sería largo e innecesario enumerar, principalmente porque ellos deben venir de la participación ciudadana y de la contraloría social no podrán ser posibles mientras lo que guíe la discusión en nuestro país sea las grandes cifras macroeconómicas y no la felicidad de los seres humanos y sus derechos urbanos básicos y fundamentales los que sin duda van de la mano con una real y profunda democratización de nuestra sociedad.
[1] Política Nacional de Desarrollo Urbano. Ministerio de Vivienda y Urbanismo. División de Desarrollo Urbano. Santiago, Marzo de 1979.
[2] Ruiz-Tagle, Javier (2006). “Integración Socio espacial en Santiago. Conceptualización, diagnóstico, y estrategias de diseño y gestión urbana”. Tesis de Magíster en Urbanismo, Universidad de Chile.
[3] Lo mismo si hizo luego con la salud, la educación, los servicios básicos y las políticas de vivienda. Todo siguió el mismo camino planteado por los ideólogos del neoliberalismo que una desfachatez sin igual por estos días critican a un gobierno por no saber enfrentar los problemas que ellos generaron.

2.21.2007

¿RECORDANDO EL HOLOCAUSTO?

El 26 de Octubre de 2005, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la designación del 27 de enero de cada año como el Día Internacional de Conmemoración del Holocausto. En la misma resolución, la ONU, recomienda la elaboración de programas para la educación de las futuras generaciones sobre las lecciones de este genocidio y explícitamente rechaza cualquier intento de refutar la historicidad de aquella dramática y negra página de la historia negra de la humanidad.
Los estados que aprobaron dicha resolución aprovecharon la oportunidad para condenar “sin reservas” todas las manifestaciones en contra de personas o comunidades sobre la base de sus orígenes étnicos o sus creencias


Lo increíble de todo es que hayan tenido que pasar 60 años para que las Naciones Unidas tomaran una medida que era indispensable desde el mismo día y año de cometidos los crímenes contra la humanidad a los que se refiere la declaración. Impulsar la conciencia de la humanidad hacia la convicción inequívoca de que hechos como estos no debían repetirse demandaba sin duda acciones más inmediatas y radicales que una simple resolución 60 años después. Más increíble me parece por cierto que durante los mismos 60 años, todos los días de cada año y todas las horas de cada día, el mundo siga siendo testigo mudo y cómplice de otro holocausto similar, por no decir idéntico a aquel que inspiró esta decisión.

Lo más lamentable, sin embargo, es que quienes cometen hoy estos crímenes sean descendientes y herederos de las víctimas de ayer y utilicen el nombre y el dolor de las víctimas, de los sobrevivientes y de sus descendientes para justificar el mismo patrón de comportamiento, las mismas mentiras y la misma política de exterminio, contra otro pueblo, esta vez más débil que ellos.

Resulta verdaderamente patético y hasta cruel ver cómo, quienes debieran honrar la memoria de las víctimas, precisamente para asegurar que estos hechos no se repitieran más, ensucian sus nombres y llenan sus historias de vergüenza al replicar los sufrimientos que ellos padecieron contra los palestinos durante los mismos 60 años que demoró dicha declaración.

Cuantos años más harán falta para que todos los dioses y sus seguidores en la tierra se convenzan de que no hay nada ni nadie, de que no hay idea ni promesa divina que justifique lo que los nazis hicieron con los judíos y tampoco lo que hoy los israelíes hacen con los palestinos. Cuantos años más deberán pasar para entender que lo verdaderamente revolucionario es atreverse a mirarnos como iguales y abocarnos a construir una sociedad más justa para todos y todas, sin dioses de por medio, sin promesas falsas y sin guerras santas que terminan por recrear el peor de los infiernos.

Lamentablemente no existen por ahora, en ninguno de ambos lados, líderes con cojones y con voluntad de superar esta hora maldita que viven nuestros pueblos hace ya tantos años. Lamentablemente en ambos lados, existen más líderes dispuestos a conducir a sus pueblos hacia la solución final que algunas mentes afiebradas, alguna vez propusieron, antes que a darse la tarea de construir una humanidad nueva, sin discriminación en donde el nazismo, el apartheid y el sionismo, donde la pobreza y el hambre, sean solo un mal recuerdo y un ejemplo de aquello que los seres humanos deben superar como especie para mirar con algo de esperanza el futuro.
No faltarán quienes levanten su voz horrorizados por mi singular comparación. No faltarán quienes me acusarán de neonazi por decir que me da pena y vergüenza el solo imaginarme a las víctimas del nazismo revolcándose en sus tumbas al ver lo que los sionistas han hecho en su nombre. Pero mi conciencia está y estará tranquila porque ya no creo, en ninguna promesa divina, porque ya no creo que bienaventurados sean los que sufren y tampoco que una guerra pueda ser santa. Mucho menos que después de muertos, todos los que crean en estas ideas serán recompensados.

Porque tampoco creo que algún dios haya puesto los bienes en la tierra solo para el 5% de la población mundial mientras el otro 70% no puede satisfacer sus necesidades básicas ni vivir dignamente, porque no creo que el mundo ni la realidad actual sea la vara justa para medir a la verdadera humanidad y mucho menos sea la vara para medir la modernidad y su promesa incumplida de anteponer la razón y el humanismo a cualquier otra consideración, para construir un mundo mejor para todos y todas.

Es de esperar que luego aparezcan en ambos bandos líderes de la talla de aquellos pocos que sabido conducir a sus pueblos por los caminos de la paz, de la justicia y de la libertad basada en estos principios y no en el poder del dinero.

No tengo duda que tendrán que venir desde la izquierda palestina e israelí, desde aquellos partidos laicos capaces de entender que el futuro de ambos pueblos está indisolublemente unido y que se requiere avanzar mas temprano que tarde hacia un estado binacional capaz de acoger por igual y sin discriminación a judíos, cristianos, musulmanes, agnósticos y ateos, en definitiva a cualquier hombre o mujer libre de pensar y vivir como quiera pero en un estado modelo, democrático e igualitario, comprometido con la defensa y el respeto irrestricto de los derechos humanos y capaz de extender la ética, a las relaciones entre la especie humana y el medio ambiente del cual es parte. Solo así tendremos una paz justa y duradera. Solo así generaremos un desarrollo sustentable y podremos mirar a los ojos con absoluta tranquilidad a las generaciones futuras, partiendo, por supuesto, por nuestros hijos.

2.08.2007

CHILE CAMINO AL PLENO SUB EMPLEO

Muchos se jactan por estos días de que nuestro país presente las cifras más bajas de desempleo en la última década, como tratando de generar alegría entre la población en torno a la supuesta recuperación de los niveles de empleo previos a la llamada crisis asiática de 1997.

Sin embargo, al develar y analizar en detalle la forma en cómo se realizan las encuestas y los indicadores con los que se mide el empleo hoy en nuestro país, la realidad parece no ser tan maravillosa como nos la quieren presentar.

Quizá sea necesario recordar que el trabajo es la forma de realización de la especie humana, porque es a través del trabajo, es decir, de todo aquel intercambio de materia y energía que hace con su entorno, que la misma logra satisfacer sus necesidades y reproducir su existencia. Es importante por lo mismo destacar que quien no posee trabajo, está privado, finalmente, de satisfacer sus necesidades y las de sus seres queridos; y por ende, incapacitado para reproducir su existencia y la de sus familias.

Visto así, el problema del desempleo adquiere una dimensión que difícilmente podrán expresar las cuentas alegres que tanto difunde el gobierno de Bachelet por estos días. Sobretodo, si transparentamos la forma en cómo se mide la variable del desempleo en la encuesta del INE y que explica fácilmente la gran diferencia, por ejemplo, que esta presenta permanentemente con los estudios de desempleo de la Universidad de Chile, que salvo en períodos muy excepcionales presenta siempre, al menos, un par de puntos o más de desempleo que la encuesta referida.

De hecho, en el cuestionario aplicado por el INE, cuando se pregunta a las personas por su actividad durante la semana anterior a la encuesta, basta con que aquellas declaren haber trabajado una hora para que sean consideradas ocupadas. Esto, que más parece un chiste que una medición del desempleo, claramente no se condice con la realidad de las familias chilenas y así lo entiende el cuestionario de la Universidad de Chile en donde una persona que declara lo mismo, aparece como desocupada. A menos que alguien en el Instituto Nacional de Estadísticas dependiente del gobierno, piense que se pueden satisfacer las necesidades de una familia y por ende reproducir dignamente su existencia con solo una hora de trabajo semanal, considerando además los bajísimos sueldos que se pagan en nuestro país a los trabajadores poco calificados o sin calificación.

Por esto es que pocos son los que prefieren ingresar a los detalles de estas prometedoras cifras, pues para la mayoría de los partidarios y funcionarios del gobierno de turno es preferible quedarse con la impresión de una mejora significativa de este indicador tan relevante para la calidad de vida de la especie humana antes que enturbiar con detalles la mirada elitista que algunos defensores del modelo pretenden alimentar acerca del desempeño económico de Chile. Incluso algunos han llegado a plantear que de seguir con este ritmo de “generación de empleo” llegaríamos al 2008 con cifras que se asocian con el pleno empleo.

Ahora bien, sin duda que este manejo comunicacional guarda una estrecha relación con la posición que han adoptado los gobiernos de la concertación frente al tema del desempleo y de paso, echa por el suelo las promesas repetidas hasta el cansancio acerca del bienestar general que genera la libre competencia y la apertura a los mercados globales para la sociedad.

Se deduce de lo primero, que los gobiernos de la concertación han optado por darse por satisfechos con el sub empleo y han preferido seguir ahorrando los excedentes generados por el precio del cobre y que hoy han generado una de las balanzas comerciales positivas más abultadas de nuestra historia, mientras casi un millón de chilenos no encuentra trabajo o tiene un trabajo que claramente no le permite satisfacer sus necesidades y las de los suyos y débilmente logran reproducir su existencia.

Esto resulta más patético si analizamos las suculentas utilidades que sectores terciarios y específicamente la banca han alcanzado durante los mismos periodos a costa de los intereses usureros que cobran a los pequeños y medianos empresarios que trabajan sin cesar y generan casi el 75 % del trabajo en nuestro país pero que tienen pocas posibilidades de salir del circulo de sus deudas ya que trabajan fundamentalmente para aumentar las ganancias del sector financiero. De la misma manera las grandes empresas nacionales y transnacionales siguen arrasando con los recursos naturales y servicios ambientales de nuestra tierra, descapitalizando de manera vertiginosa a nuestro país y sobre todo a las generaciones del futuro, sin siquiera pagar un royalty decente por su apropiación.

Con respecto a lo segundo, y tomando en consideración que son precisamente los países que han optado por detener el avance que por décadas tuvo el neoliberalismo en nuestra región, como Cuba, Venezuela, Bolivia y Argentina los que presentan hoy las cifras de mayor crecimiento económico y los menores índices de desempleo en la región, resulta evidente que no es tan cierto eso de que la iniciativa privada es y debe ser el motor de la economía ya que en nuestro país, en donde el neoliberalismo no ha tenido ningún obstáculo para desarrollarse a voluntad durante ya más de 30 años, no ha logrado pasar a la segunda fase exportadora tantas veces prometida y mucho menos ha logrado mantener niveles de crecimiento económico que según ellos lograrían llevar los beneficios del modelo a las grandes mayorías.

Eso sin contar los precios históricos que han tenido de sus materias primas y con niveles de estabilidad política y gobernabilidad que todos admiran y pocos pueden emular.

Así las cosas, si las grandes empresas privadas no logran ser el motor de la economía y a pesar de las suculentas ganancias que logran obtener cada año, incluso en aquellos que para el resto son de crisis y nunca llega el momento de repartir y generar igualdad habrá que volver a buscar alternativas entre nuevos y viejos caminos, repensando y reevaluando el rol que al estado debe corresponder en la formación de una sociedad más justa y más humana para todos y todas.

Y sobre todo habrá que comenzar a mirar cada vez con más desconfianza aquellas encuestas que provienen desde los defensores del modelo para convencernos de aquello que no logra sostenerse sin una manipulación grotesca de por medio ya que como muchos plantean, las estadísticas sirven, muchas veces, para mentir con clase y elegancia cuando no se tienen argumentos y la verdad comienza a incomodar.