3.28.2006

LAS CONCESIONES DEL MOP Y EL MODELO DE CIUDAD NEOLIBERAL.

Nuevamente han vuelto los tacos a nuestra querida metrópoli y el sueño de dejar en el olvido las congestiones vehiculares a las "horas punta", gracias a las magníficas obras de infraestructura urbana realizadas bajo el gobierno de Lagos, se han esfumado como tantas otras promesas de los gobiernos de la concertación.

Hoy lo que se discute, sin embargo, es si las concesionarias tienen o no, el derecho a recurrir a la vieja ley de la oferta y la demanda, incluida en el diseño del negocio ex profeso como mecanismo de ajuste, para restablecer el precio de equilibrio entre el bien ofertado (que no funciona ni funcionará a ningún precio) y el bien demandado.[1]

Se busca subir la tarifa en las “horas punta” para desincentivar el uso de la pista por parte de esa pujante clase media que sueña con vivir como el 5% más rico de la población de nuestro país. Ese 5% para el que, en realidad, fue hecha la Costanera Norte y las otras autopistas urbanas.

Resulta increíble, en todo caso, que se sigan discutiendo los problemas de nuestro país de manera tan simplona y sobreideologizada, pues se discute el valor, que a la luz de los antecedentes que se manejan es legal[2] y por todos los actores involucrados en el negocio, conocido, y no el modelo de desarrollo urbano y de ciudad que la ideología neoliberal, que extiende el control del mercado a todos los ámbitos de la vida cotidiana, promueve.

Hoy lo que hay que asumir, de una vez por todas, es que esa ciudad ideal, dejada a la mano invisible del mejor administrador de los recursos, que es el mercado, no funciona y que el mercado es incapaz de entregar a los ciudadanos una calidad de vida como la que promete mediante la mentira del crecimiento infinito y la autorregulación.

El problema de nuestras ciudades no son los tacos ni la congestión vehicular. El problema de nuestras ciudades son los viajes provocados por una ciudad mal planificada o mejor dicho, sin planificación.

El problema es que el estado se ha replegado una vez más para dejar al mercado operar en una ciudad que ha crecido gracias a la especulación y los increíbles negocios de los agente inmobiliarios, sin racionalidad, sin un plan, solo en virtud de la libertad de los agentes económicos.

Gracias a dicha libertad, esta ciudad ha devenido en dicotómica. La pobreza y la riqueza existen sin conocerse. El ocio y la superexplotación conviven sin saber que el otro existe. El hambre y el derroche habitan la misma ciudad pero ninguno sabe del otro, más que por la televisión y las noticias. En nuestra ciudad, mientras unos discuten su calidad de vida en términos de minutos más o menos de demora en llegar de la casa al trabajo y viceversa, otros se levantan a las 5:30 AM hrs para atravesar la ciudad en búsqueda de satisfacer algunas de sus necesidades o las de los suyos.

Las encuestas origen-destino vienen demostrando hace años que más del 60% de los viajes que se realizan en el día, los motiva la búsqueda de trabajo y estudio. Si a ellos sumamos la búsqueda de otros servicios como salud y comercio, hoy concentrado en grandes centros comerciales capaces de atraer hacia si a personas de todas partes de la metrópoli, llegaremos a más del 80% de los mismos.

Esto implica que si gastáramos solo una parte de los recursos que se gastan en asegurar a algunos privados, nacionales o extranjeros, estos estupendos negocios que son las autopistas, en dotar a la periferia de nuestras ciudades de buenos colegios, buenos hospitales o consultorios; si planificáramos zonas de industrias inofensivas más integradas con la trama urbana, a la vez que barrios más heterogéneos en donde convivieran los que trabajan con los que dan trabajo; si gastáramos solo una mínima parte de esos recursos en pagar terrenos más centrales y mejor ubicados para las viviendas de interés social no generariamos una ciudad tan extendida y seguramente los viajes disminuirían sensiblemente y no necesitaríamos continuar destruyendo nuestra ciudad y nuestro patrimonio para construir grandes autopistas que inevitablemente volverán a congestionarse y a colapsar en las horas punta, mientras el resto del día permanecer casi vacías.[3]

Claro está que para eso debiéramos estar dispuestos a dar una discusión menos sobreideologizada, en donde se ponga al centro de la discusión, la calidad de vida de la ciudadanía y no las utilidades de los consorcios y las grandes empresas.

Para ello alguien debiera declarar oficialmente el fracaso del mercado en numerosas ámbitos, entre ellas la del desarrollo urbano, en donde se ha revelado como incapaz de asignar de manera adecuada los recursos y ha generado males casi imposibles de solucionar.

Finalmente para ellos debiéramos dotar al estado de un instrumental metodológico y técnico para intervenir el territorio en búsqueda de mejorar la calidad de vida de nuestras ciudades, con ejercicios de planificación con participación ciudadana temprana y vinculante de quienes habitan la ciudad, con políticas de viviendas social inclusivas e integradoras, que no busquen el record mundial de las soluciones habitacionales más baratas y que atiendan la cantidad de viviendas necesarias, sin dejar de lado la calidad de la vivienda que, en definitiva, es el lugar en torno al cual gira la vida y no solo una cantidad de metros cuadrados con techo para albergar los huesos de quienes no tienen un lugar donde pasar la noche.

Es imprescindible entender que una casa, por buena que sea, que esté mal ubicada en la trama urbana y que genera viajes cada vez más largos y costosos para quienes las habitan, no es una buena vivienda y genera un desarrollo urbano imposible de sostener sin destruir la calidad de vida de los habitantes y el ya precario equilibrio con el medio ambiente.
[1] El bien ofertado y el demandado, en este caso, es una carretera sin congestión para un tránsito fluido a velocidades promedio de 70 Km/hr.
[2] Esto gracias al concurso serio y responsable de nuestros parlamentarios que ahora pretenden aparecer defendiendo a la clase media de las leyes que ellos mismos generaron.
[3] Esto es la ineficiencia de la eficiencia: Se invierten millones en infraestructura que se ocupa cuatro horas al día a una frecuencia que la hace rentable mientras para infraestructura para la cual existe mayor demanda y con mayor continuidad como escuelas, hospitales, plazas y universidades, no hay dinero.

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