8.22.2007

EL SUELDO ETICO EN EL PAIS DEL MILAGRO ECONÓMICO.

Amigos y amigas. Compañeros y compañeras. Hace mucho que no escribo es cierto y más de alguno de ustedes me ha llamado o escrito para preguntarme por qué. No han sido buenos tiempos y como siempre y como a todos y todas, las cosas malas se nos juntan y parecen destruirte un poco por algún tiempo. La última fue la partida de mi padre y déjenme decirles, antes de seguir adelante con el tema que hoy me ha invitado a volver a escribir, que todos ustedes, todos los que estuvieron y me acompañaron en ese momento me recordaron a los imprescindibles, a esos que no se cansan, a los que están en las buenas y en las malas, a los que dejan de verdad huellas indelebles en las vidas de los que aman, gracias a todos y a todas, gracias por recordarme, como dice Neruda, nuestro gran poeta, que junto a ustedes no termino en mi mismo. Gracias nuevamente.

Hoy vuelvo a escribir para compartir con ustedes algunas reflexiones acerca de un debate que, para algunos, ha abierto la iglesia en los últimos días, al hablar uno de sus representantes, de la necesidad de retribuir al trabajo con un “sueldo ético” como lo llamó el Obispo Goic.

Digo para algunos, porque en este país nos hemos acostumbrado tanto a la censura encubierta de los dueños de los medios de comunicación que tanto dicen defender la libertad de expresión que solo nos dejan leer estas opiniones en sus medios siempre y cuando no sea un enemigo del modelo, el que las diga.


Fue el caso, por ejemplo, de la necesidad de estatizar el transporte público que el partido comunista viene planteando hace muchos años pero que cuya discusión recién salió a la luz cuando lo planteo Frei.

Lo mismo ha pasado con muchos temas que mi partido viene levantando hace años como la crisis de la educación y de la salud, o el tema de los derechos laborales de los trabajadores, conculcados desde la dictadura y que permanecen en esa condición a excepción de algunos tímidos avances que ha permitido, sobretodo, la presión de la lucha social y la protesta de los trabajadores organizados, que una vez más han logrado romper el estado de cosas para poner al centro las verdaderas transformaciones que aun están pendientes y que sin ellas, los pilares fundamentales del modelo económico de la dictadura siguen intocables.

Ahora bien, más allá de quien logre abrir el debate, lo importante es que se abra y por eso quiero partir saludando al Obispo Goic y al mismo tiempo quiero condenar la histérica reacción de la senadora Mathei que parece que además de saber de economía solo lo que es capaz de sustentar su posición ideológica, parece saber menos de ética y de política. Su disfraz democrático no resistió el estallido de la esencia autoritaria y déspota que lleva en su interior y como es lógico en quienes no son capaces de discutir con argumentos, salió lisa y llanamente a descalificar a su oponente pues era el único recurso que le quedaba.

Lo que me ha sorprendido en todo caso es que todos discutan del sueldo ético y nadie haya discutido hasta ahora acerca de las utilidades éticas y de los salarios máximos éticos. Porque esta claro que la discusión del sueldo es una discusión multivariable en donde se debe considerar lo que los trabajadores y sus familias necesitan para llevar una vida digna que les permita un desarrollo integral como personas y no solo la reproducción de la existencia física para seguir funcionando, generación tras generación como mano de obra barata de la clase dominante.

También deben considerarse el valor socialmente aceptado del trabajo que se realiza, por varias razones. Una de ellas es porque si la propiedad privada, como todos dicen, nace del trabajo, es indispensable que a cada trabajador se le pague lo que vale su trabajo y no menos, ya que quienes le pagan a sus trabajadores menos de lo que vale su trabajo, lo que hacen en definitiva, a pesar de gritar a los cuatro vientos que son defensores de la propiedad privada, es destruir precisamente la propiedad privada del trabajador, para construir la gran propiedad privada de ellos los grandes empresarios, asegurando a sus familias por varias generaciones, a costa de lo que, en justicia, debiera recibir cada trabajador en retribución a su trabajo.

Por último, debe considerarse un hecho esencial y que es el que determina la gran brecha existente en nuestro país entre ricos y pobres. Cuanto de la riqueza generada en el proceso productivo va a retribuir el riesgo del capital invertido como le llaman, cuanto a retribuir la inversión en medios de producción como la tierra y las maquinarias y cuanto finalmente queda para retribuir a la fuerza de trabajo que es la que en definitiva genera la riqueza con su esfuerzo hasta convertir ese trabajo en productos y servicios transables en el mercado.

En muchos países, la diferencia entre estas variables es bastante menor y muchas veces esta se inclina hacia la retribución a la fuerza del trabajo como condición fundamental para construir la equidad. De hecho, en la mayor parte del mundo la participación de los sueldos y salarios supera el 50% del Producto y en nuestro país solo llega al 30% y algo más. Claro, esos países tiene una clase empresarial bastante más culta y solidaria que la nuestra, participan de negocios con tasas de ganancias que bordean el 13% de la inversión y entienden que los trabajadores felices y bien retribuidos trabajan más y mejor, de hecho trabajan menos horas que nosotros y producen casi tres veces en promedio lo que nuestros trabajadores. Lamentablemente en nuestro país no hay empresarios que trabajen o mejor dicho arriesguen sus capitales con tasas de retorno menores al 20 o 25 % y esa diferencia explica de sobra los magros salarios que ayudan a engrosar las utilidades de los que ya no saben en que gastar las utilidades que y el patrimonio que han acaparado en estos años en nuestro país.

Lo mismo pasa con los salarios máximos y mínimos que en algunas partes del mundo no sobrepasan las 10 o 15 veces dentro de las organizaciones, mientras en nuestro país llegan a más de cien y doscientas veces, el uno del otro.

Es necesario preguntarse hasta donde es ético seguir acumulando riquezas, ¿hasta asegurar tres, cuatro o cinco generaciones hacia delante mientras otros se debaten entre vivir el día a día sin saber si mañana se tendrá lo necesario para subsistir y para satisfacer las necesidades de sus seres queridos?

Nadie dice, porque pocos se atreven y los que se atreven no salen en los medios de comunicación que necesariamente para reducir la pobreza y disminuir la desigualdad habrá que limitar la riqueza porque si alguien piensa que el objetivo debe ser incrementar los niveles de consumo y generación de desechos de los pobres hasta los niveles de las capas medias o de los ricos, es porque aun no ha caído en la cuenta de que el mundo es finito y de que cuando alguien consume mas de lo que necesita, necesariamente alguien se queda consumiendo menos de lo que requiere para reproducir su existencia.

Lamentablemente, estos debates están prohibidos precisamente en donde pudieran ser relevantes ya que el sistema electoral se las arregla, con la complicidad de la derecha y de la concertación, para dejar afuera del lugar en donde se discuten y se hacen las leyes que rigen el comportamiento de los actores sociales y productivos, precisamente a los que piensan distinto y mientras eso no cambie, mientras el parlamento siga siendo un reducto de los defensores del modelo, y se siga discutiendo solo el cambio dentro de la continuidad, seguirá habiendo gente que optará estúpidamente por hacer callar a los que digan cualquier cosa que ponga en peligro sus intereses y los de la clase que representa como vulgarmente lo ha hecho la Senadora Mathei.