5.17.2007

EL TRABAJO, LOS TRABAJADORES, LA PROPIEDAD PRIVADA Y LOS GRANDES EMPRESARIOS.

Nunca está demás recordar el sentido que tiene el trabajo en la vida humana, para las distintas ideologías vigentes en el mundo contemporáneo y para nosotros, la gente de izquierda y los comunistas, en particular. Menos en estos días, cuando la celebración del día del trabajador se ha visto ennegrecida por el asesinato de un trabajador forestal por parte de agentes del Estado mientras se desarrollaba una negociación colectiva sin precedentes en la historia reciente de nuestra patria.

Este episodio, ha develado una vez más, el valor y el significado que para la clase empresarial chilena y para el Estado como instrumento de dominación de clase, posee la fuerza de trabajo, que en este sistema ha sido reducida sencillamente a la condición de mercancía y de una mercancía tan despreciable que mientras más riqueza produce para los dueños del capital y de los medios de producción, más pobreza genera para la existencia del trabajador y de su familia.


Como todos saben, para algunos el trabajo nace, en la historia de la humanidad, como condenación y castigo divino por el mal comportamiento de Adán y Eva en el paraíso. Es el caso de la ideología religiosa propia de la matriz cultural judeo-cristiana, que junto con afirmar aquello, pretende convencernos que bienaventurados son los pobres, los que sufren y los que tienen hambre y sed de justicia, y que después de muertos, serán recompensados.[1]

Para otros que comparten sin duda las ideas antes descritas pero que aparecen como más académicos y racionales, simplemente, es un factor productivo más de la economía de libre mercado junto a las materia primas y al capital, y como tal, en su regulación solo debe ejercer su poder la todopoderosa y eterna ley de la oferta y la demanda, para asegurar, de la mano de la cesantía, la máxima rentabilidad para los dueños del capital y de los medios de producción, dando paso a la concentración y acumulación de la riqueza, cada vez más, en cada día menos manos.

Para nosotros, en cambio, el trabajo es la forma de realización del ser humano como ser individual y como especie en general. Es todo intercambio de materia y energía que el ser humano realiza con su entorno, la naturaleza, entendida esta como su cuerpo inorgánico, del cual depende indirectamente su vida, para satisfacer sus necesidades materiales e inmateriales y reproducir así, su existencia, la de sus seres queridos y la de la sociedad en su conjunto. A través del trabajo, el ser humano produce todo aquello que le permite alimentarse, vestirse, protegerse de las inclemencias del clima, transportarse, educarse, recrearse y buscar la felicidad.

De esta diferencia conceptual nace, por supuesto, la forma de abordar la cesantía que cada actor social y político tiene, ya que mientras para algunos es simplemente una de las variables del sistema de libre mercado, que no debe ser alterado ni intervenido por fuerzas ajenas al mismo para asegurar que no hayan distorsiones en los precios del valor de los distintos factores productivos, incluido el la fuerza de trabajo; y para otros es simplemente un flagelo lamentable que debe ser combatido con la caridad cristiana y la solidaridad eventual en tiempos de catástrofes, para nosotros, los comunistas, representa desde siempre uno de los principales, sino el principal problema de la sociedad actual que debe ser abordado por la misma, en su conjunto y por el Estado en primer término.

Esto porque quien no tiene trabajo, en definitiva, lo que no tiene es la posibilidad de satisfacer sus necesidades y reproducir su existencia y la de sus seres queridos y por lo mismo, no tiene la posibilidad de desarrollarse como ser humano. De ahí que desde el origen de nuestra concepción de mundo, el trabajo ha ocupado un espacio central en nuestras demandas y luchamos porque sea considerado como un derecho fundamental que debe ser asegurado por el Estado cuando la empresa privada, que según muchos es el motor de la economía, no sea capaz de generar trabajo para todos y todas, como lo viene demostrando ya hace décadas.

Junto con esto, creemos firmemente en la necesidad de resguardar el valor del mismo, que debe estar socialmente definido para evitar los abusos de los propietarios de los medios de producción que amparados en la libre competencia buscan siempre disminuir el valor del trabajo para aumentar sus utilidades a costa de la calidad de vida de las y los trabajadores junto a sus familias. Por supuesto en esta cruzada tienen el apoyo incondicional de la sensación de temor e inseguridad que provoca el desempleo y la amenaza permanente sobre los que tienen trabajo, de quienes necesitan trabajar y están dispuestos, por lo mismo, a reemplazar a quien es despedido por reclamar mayor justicia social o mejoras salariales. Esto permite a los empresarios, bajar los salarios constantemente mientras el costo de la vida y las utilidades de las empresas suben sin parar.

Por eso es que trabajamos y luchamos permanentemente por incrementar el sueldo mínimo ya que este debe necesariamente permitir a los seres humanos, el satisfacer todas las necesidades básicas que guardan relación con la reproducción de la existencia misma y además, la satisfacción de aquellas necesidades que no estando en directa relación con la reproducción misma de la existencia física le permiten buscar la felicidad y realizarse como personas.

Todo esto nos lleva sistemáticamente a debatir con los defensores del modelo, tanto de la “Concertación de Partidos Por la Democracia” como con los de la “Alianza por Chile”, acerca de la necesidad, no solo de asegurar el trabajo para todos y todas y de aumentar significativamente el salario mínimo, sino de combatir hasta eliminar el trabajo precario, el trabajo mal remunerado y la superexplotación, fortaleciendo la organización de los trabajadores y su derecho real a organizarse y a negociar colectivamente y por ramas de producción, para asegurar una mejor y más justa distribución de los beneficios que produce el modo de producción mediante el cambio en la correlación de fuerzas existentes hoy en día entre los propietarios de los medios de producción y quienes producen directamente los bienes y servicios que permiten la reproducción de la vida misma de la sociedad toda.

La derecha por su parte, defiende y promueve una mayor flexibilización laboral, la eliminación del sueldo mínimo y el derecho de los trabajadores a pactar individualmente con los dueños de los medios de producción sus condiciones laborales, para poder obligarlos a aceptar las condiciones que ellos deseen imponer, siempre amparados en los muchos trabajadores que permanecen sin trabajo esperando el puesto de quienes no acepten, finalmente, las condiciones de los patrones.

Esto se ha visto agravado, sin duda, por la falta de representación que el mundo de los trabajadores y, en especial, los partidos de izquierda poseen en el parlamento, lo que ha permitido que a 16 años del supuesto restablecimiento de la democracia, el modelo de la dictadura en cuanto a la legislación laboral y derechos de los trabajadores se refiere, solo muestre tímidos avances y siga casi intacto.[2]

Resulta claro que el interés de quienes sostienen estas posiciones está puesto en la rentabilidad del negocio y no en la felicidad humana y que todos sus argumentos acerca de las bondades del modelo y la defensa de las libertades representan solo un discurso ideológico que pretende tender sobre la realidad un velo que les permita seguir acumulando riquezas a costa de la superexplotación de las y los trabajadores de nuestra patria.

De hecho el discurso más hipócrita es el que pretende instalar a los defensores del modelo como los adalides en la defensa de la propiedad privada cuando en la realidad, y si tomamos en cuenta el consenso generalizado que existe en definir la propiedad privada como fruto del trabajo, los únicos que destruyen permanentemente la propiedad privada son los empresarios que pagan a sus trabajadores menos de lo que efectivamente vale su trabajo arrebatándoles una parte de su propiedad privada para conformar la gran propiedad privada de la clase dominante, que solo puede existir mediante la expropiación permanente y sistemática de la propiedad privada de los trabajadores, representada en los sueldos miserables que pagan.

Que otro conjunto de razones puede explicar el hecho de que una parte minoritaria pero poderosa de la sociedad, incluida la presidenta Bachelet, hayan salido con declaraciones de buena crianza pero, en definitiva, aceptando y hasta defendiendo el asesinato del trabajador que luchaba por incrementar su sueldo que bordeaba los $ 180.000 líquidos, hasta unos $ 240.000, sobretodo, si consideramos que los dueños de dichas empresas, quienes se rehusaban al incremento, aparecen entre las mayores fortunas del mundo y sus empresas declaran utilidades millonarias año a año, con sueldos que deben ser varios cientos de veces el sueldo del trabajador asesinado, o más.

Este es el modelo de desarrollo que las otras visiones de mundo, aliadas estratégicas a la hora de enfrentar los temas del trabajo, la cesantía y la propiedad privada, han consolidado y ese es el modelo que la gente de izquierda y particularmente los comunistas, nos empeñamos en transformar y superar y no importa cuantos asesinatos, masacres y dictaduras tengamos que soportar, sufrir y vencer, más temprano que tarde, con la conciencia creciente de las y los trabajadores de Chile y con el sacrificio de todos los que han caído y de los que seguramente caerán, desde Santa María de Iquique lo lograremos.

[1] Debe ser tanto el apego a estas ideas el que tienen nuestros nobles grandes empresarios que han optado por condenarse, enriqueciéndose de tal manera de vivir en la opulencia y en el derroche para que cada día hayan más pobres con hambre y sed de justicia que puedan salvarse y ser recompensados después de muertos.

[2] Es importante recordar que los dirigentes sindicales tienen prohibido por ley ser candidatos al parlamento y que el sistema binominal solo reparte los cupos parlamentarios entre los defensores del modelo de la derecha y de la concertación.