3.28.2007

LAS ESTADÍSTICAS EN EL PAÍS DE LA REALIDAD VIRTUAL.

Que las estadísticas sirven para mentir con clase no es algo desconocido. Cualquiera que pertenezca al mundo de la Ciencias Sociales lo sabe. Manipular los datos dentro de los porcentajes de error y los niveles de confianza establecidos y preguntar de manera sesgada o direccionada son desviaciones propias de una actividad que cuando está ligada al poder y la política, pierde parte importante de su ética y de su prolijidad.

Ahora bien, lo preocupante del tema no es solo la capacidad o la posibilidad que otorgan las estadísticas de mentir con clase, a los defensores del modelo económico, sino también la capacidad de las mismas, de construir realidades virtuales mediante la asociación estratégica que los defensores del modelo establecen entre las empresas de estudios de mercado y opinión con las empresas de comunicación masiva, masificando algunas formas de entender la realidad, algunos conceptos y algunas verdades a medias que terminan convirtiéndose en realidad lo que las transforman, efectivamente, en uno de los elementos fundamentales de la manutención del poder en las clases dominantes. De esta manera, se generan estudios seudo científicos que logran justificar todo o casi todo y que no pocas veces logran convencer a grupos humanos de cosas que parecen reales y que claramente no los son.


Un ejemplo de esto, lo constituyen algunos indicadores como la línea de la pobreza que sitúa el punto de corte en un ingreso familiar mensual, que pudiera ser, por dar un ejemplo, de $150.000, planteando en el sub-texto, que aquellas familias que ganan 149.500, son pobres y las que ganan 150.500, no lo son.

Así las cosas, disminuir la pobreza no implica necesariamente acabar con las limitantes para el desarrollo integral y el desenvolvimiento óptimo de las capacidades de las personas y sus familias sino que implica poder llevar a muchas de las familias que ganan menos de la línea de corte, a ubicarse levemente por sobre la misma para presentar al mundo los “sólidos avances en materia de superación de la pobreza que tiene nuestro país”.

Otro ejemplo que quiero dar, y que se me viene a la cabeza por una noticia que debe haber alegrado a más de alguien en nuestro país, es el del Ingreso Per Cápita Nacional, que según las estadísticas nacionales, se ha casi duplicado en los últimos tres años, pasando de algo más de U$ 4.500 a casi U$ 9.000, lo que podría interpretarse como una demostración más que convincente del éxito del modelo económico chileno, que es capaz de duplicar el ingreso por persona, en el plazo de tres años.

De esta manera, Chile avanza rápidamente hacia ser percibido como un país desarrollado, modelo entre sus pares debido a la obediente implementación del Consenso de Washington[1], mientras la mayoría de sus habitantes continua, casi, con los mismos sueldos, en los últimos tres años, batiéndose en un país en donde la universidad estatal más barata cuesta mensualmente más que el sueldo mínimo, donde la salud pública cada día es más pobre, donde las viviendas sociales han generado mas problemas de los que logran resolver y en donde hemos terminado pagando hasta por transitar por las calles y avenidas de nuestro país, asegurando a cada paso que damos, las utilidades de las grandes empresas nacionales e internacionales cuyas utilidades han crecido, efectivamente, lo suficiente como para explicar por si solas el incremento promedio del ingreso por persona en Chile, que se dice, casi se ha duplicado en los últimos tres años.

Es claro que los promedios no representan la realidad y solo sirven a los defensores del modelo que, con cifras en la mano pregonan el éxito de los gobiernos de la concertación y criminalizan las protestas sociales acusando a algunos sectores políticos, dentro de los cuales los comunistas siempre formamos parte, poco menos que de inventar los problemas que llevan a nuestro pueblo a protestar.

En ese mismo país, las pequeñas, medianas y microempresas sobreviven apenas a pesar de ofrecer casi el 75% de todos los empleos y la brecha entre ricos y pobres sigue aumentando a pesar del orgullo que sienten los partidarios de la derecha y la concertación debido a la gobernabilidad democrática y a la estabilidad que luce Chile, hace tantos años ya.

El último ejemplo que quiero compartir con ustedes lo constituyen las encuestas de intención de voto durante las épocas de elecciones. Pretenden ser radiografías de la realidad y, al mismo tiempo, se constituyen en fuentes de influencia a las cuales los políticos acuden para fomentar el voto útil, insistiendo en que los candidatos propios van ganando. Esto ha llevado a muchos, en nuestra sociedad, a confundir la política con las carreras de caballos, votando por el que se supone que va a ganar y dejando en un postergado segundo o tercer lugar la discusión acerca del país que queremos construir o aquel con el que soñamos, lo que siempre favorece la posibilidad de triunfo de aquellos que prometen que todo cambiará para que todo sigue igual.

No obstante lo anterior, lo que acontece a diario por estos días y noches en los sectores marginales con las protestas por el Transantiago; o los preparativos para conmemorar el día del joven combatiente en recuerdo de los asesinatos de los hermanos Vergara Toledo; o las acciones para destruir la planta de tratamiento de aguas servidas en la ciudad de Calama, por parte de los vecinos aburridos de pagar un servicio que desde que comenzó a operar ha funcionado mal o mejor dicho no ha funcionado, comienza a dar cuenta de un país que parece haberse aburrido de las estadísticas y los promedios que repiten a diario lo bien que estamos, informando siempre de las utilidades record que logran las grandes empresas nacionales y transnacionales, la controlada inflación y el incremento sostenido que han evidenciado las exportaciones de materias primas en épocas de altos precios de las mismas.

Parece ser que luego de la crisis estudiantil del años pasado, algo hubiera cambiado en la sociedad que ha comenzado a convencerse que luego de 16 años de paciente espera, ha llegado el momento de construir nosotros mismos, organizados y con movilización popular, la alegría que nos prometieron desde ese día en que logramos derrotar a la dictadura y que nunca llegó, confiándole un proceso de transición y reconstrucción democrática a una coalición de gobierno que prometió devolver el protagonismo al pueblo de Chile en la toma de decisiones y que solo se contentó con cogobernar con la derecha para mantener el modelo económico de la dictadura casi intacto.

Es de esperar que los principales actores de la política actual logren entender el mensaje y se allanen, ahora si que si, a dar inicio a la transición cultural y política con la que luego de 16 años se mantienen en una deuda a punto ser ejecutada por una sociedad que se ha ido cansando de las promesas electorales que nunca pasan más allá de los discursos en búsqueda del voto en época de elecciones.

Es de esperar también que el descontento sea canalizado hacia una verdadera revolución cultural, social y política en nuestro país para construir, entre todos, un Chile que sea de verdad incluyente e inclusivo, democrático, representativo y participativo.
[1] A principios de 1990, tras la caída del muro de Berlín, en ciertos círculos económicos de corte conservador, se intentó formular un listado de medidas de política económica que constituya un "paradigma" único para la triunfadora economía capitalista. El estatismo excesivo era descartado, se promovía la Plena Apertura Comercial y al movimiento de Capitales; una baja presencia del estado y privatizaciones; colocar la inversión extranjera a resguardo de cualquier modificación de las reglas del juego; la defensa de la propiedad intelectual o sea de sus intereses monopólicos; y el privilegio en el manejo económico de una política monetarista cuyos objetivos centrales eran mantener bajas las tasas de inflación y en azul los resultados presupuestarios, mediante una regla de superhabit fiscal permanente.

3.18.2007

HERNAN LARRAIN, LA HIPOCRESÍA Y LA DESFACHATEZ A TODA PRUEBA.

Si la hipocresía y el cara de palismo fuera tiña, Hernán Larraín estaría completamente tiñoso y en la UDI la mayoría se estarían quedando pelados.

Todos podemos entender que en su afán de tratar de construir una posibilidad de llegar a ser gobierno y tratando de llevar al extremo la función fiscalizadora de una posición alentada por los casos de corrupción y por los errores evidentes del gobierno, la UDI esté presta a atacar todo, a descalificar a todos y a tratar de generar el ambiente propicio para que la gente se convenza de la necesidad de lo que ellos llaman la alternancia en el poder.


Pero de ahí a que el presidente de la UDI salga plantando en los medios de comunicación[1] que “los gobiernos de la concertación son incapaces de hacer transformaciones radicales y profundas para cambiar la calidad de vida de los ciudadanos, ya que cuando lo hacen, en lugar de mejorarla, la empeoran” eso ya parece un mal chiste, además de una cara de rajura sin parangón en la política nacional. Eso es tan absurdo como escuchar al cura Hazbun hablando de dios y del derecho a la vida, o a Bush hablando de la defensa de los valores democráticos.

Palabras como estas dan la sensación de que la UDI, socia fundacional y accionista mayoritaria del modelo neoliberal que implantó y dejó amarrado la dictadura, tuviera alguna intención de plantear cambios radicales y profundos para un modelo para el cual todas sus respuestas son siempre más de los mismo y para los mismos.

Aun recuerdo una oportunidad en que me tocó enfrentar una discusión en el programa “El Termómetro” con el Sr. Larraín. Ante nuestro evidente y esperable desencuentro acerca de la posibilidad de buscar una solución a la mediterraneidad boliviana mediante el intercambio de franjas de territorio equivalentes y derechos de agua asociados, me planteó su argumento más contundente: “Daniel, en la vida hay cosas sobre las cuales no se puede discutir” mientras a continuación me acusaba de la típica, según él, intolerancia comunista.

Escuchar hablar a Larraín de cambios radicales y profundos, cuando ni siquiera está abierto a discutir de algunas cosas que para él son consubstanciales a su ideología, llega a dar asco. Si no hay que ser analista político para darse cuenta que en los 16 años de gobiernos de la concertación se han mantenido inalterados todos los pilares fundamentales de “la Obra” de la dictadura con la que ellos gobernaron.

Incluso ellos se jactan, de vez en cuando, de eso como uno de los logros fundamentales de la manutención del antidemocrático sistema binominal, la estabilidad institucional que impide los cambios que desea la mayoría en virtud del evidente poder de veto que la ley electoral le ofrece a la minoría.

De qué cambios profundos nos puede hablar la derecha, si cada vez que se les pide explicitar cuales serían los cambios que ellos harían solo hablan de profundizar el modelo. Hace poco, el mismo Larraín salió planteando que la solución a todos los problemas que ha generado el mercado, era precisamente más mercado.

Y que quede claro que comparto absolutamente la sentencia de Larraín acerca de los gobiernos de la concertación y de su incapacidad histórica, a estas alturas, para llevar a cabo los cambios radicales y profundos que se requieren en nuestro país para mejorar la calidad de vida de las personas, sin embargo uno de los cambios más radicales que efectivamente Chile necesita, y que no solo depende de la voluntad política de los gobiernos de la concertación, es terminar con la hipocresía y con los discursos electoralistas que plantean que todo cambie para que todo siga igual.

Sin duda que el cambio más radical que Chile necesita es terminar con los valores que caracterizan a la clase política sostenedora del modelo y es la sobre importancia que le dan a la política comunicacional que enseña que más importante que lo que se hace es como se comunica y que hay que saber decir lo que la gente quiere escuchar en el momento preciso para ganar votos, no importa lo que estemos dispuestos a hacer una vez que lo hayamos conseguido.

Creo sinceramente que Chile necesita con urgencia un cambio radical. Creo sinceramente que Chile requiere con urgencia darle la espalda a este modelo que se nos ha planteado como todopoderoso y eterno que ha sido implementado por la dictadura y administrado eficientemente por la Concertación por casi más de 30 años ya, pero tengo claro que ni la Concertación ni la derecha tienen la voluntad ni la capacidad y mucho menos la convicción ideológica y el proyecto país que puede representar los cambios que nuestro país y la ciudadanía requieren.

Lamentablemente, solo falta que nuestro pueblo se atreva nuevamente a soñar y se convenza que puede ser nuevamente protagonista principal de los cambios que deben venir porque mientras no lo asuma, mientras no se decida a salir a la calle y a presionar a estos políticos oportunistas con sus discursos supuestamente radicales, los cambios, lisa y llanamente no llegarán.
[1] Entrevista en La Nación, Viernes 9 de Marzo de 2007.

3.16.2007

RESPUESTA A UN COMENTARISTA ANONIMO.

Estimados amigos y lectores, deseo compartir con ustedes la respuesta al último comentario anónimo recibido en mi artículo acerca del holocausto para evitar trabajar de más en respuestas y artículos paralelos pues el tiempo no me da. Para quienes quieran conocer el origen del debate pueden ingresar a los comentaros del artículo mencionado. Alí encontrarán el desarrollo de este debate semiclandestino que espero algún día se pueda hacer a plena luz del día:

Cobardía simple cobardía, pero bueno. Estamos acostumbrados a aquello por parte de estos sionistas neonazis disfrazados de pacifistas. No podría contarte las veces que jóvenes judíos se me han acercado para compartir conmigo sus anhelos de paz, felices de escuchar una posición distinta a las clásicas a las que tu siempre aludes como para incriminarme. Se nota de verdad que no me conoces y que tampoco te interesa debatir de verdad. No empecé yo los ataques personales, solo basta con que leas tus comentarios.


Por lo demás, no me interesa saber tu identidad, eres uno de tantos iguales que se queda con los titulares de los diarios y con los discursos aprendidos en el instituto y que los repiten sin siquiera cuestionárselos. Lo que te pido entonces es que respetes mi identidad y no hagas ataques personales como en tus comentarios anteriores porque te dejas en evidencia solo. No necesitas de ataques personales, para desprestigiarte no requieres para ello, de ninguna ayuda, solo hay que leerte. Además, no atreverte a responsabilizarte de tus argumentos te retrata de cuerpo entero Más claro … innecesario.

Mira la OLP reconoció el derecho a existir de Israel ya hace años y eso no le significó nada nuevo. 12 años estuvo Arafat esperando la vuelta de mano y nunca llegó. Muy por el contrario lo asesinaron políticamente primero y físicamente después. Acá los únicos que no reconocen el derecho a existir del otro son los sionistas israelíes y obviamente no están dispuestos a hacerlo.

Es sencillamente pueril y arrogante seguir hablando del derecho de Israel a existir. Existe hace 59 años. Parece que no te lo pasaron. Yo también podría recordarte los cientos y miles de crímenes llevados a cabo por todos tus líderes pero vuelvo a entender que no has leído de mi, más que lo que te interesa leer para continuar con tus ataques personales.

Me alegro de que seas partidario de un estado palestino en las fronteras anteriores a 1967. Yo también lo fui durante mucho tiempo y ese fue el programa de la OLP y de la ANP durante los últimos 17 años, pero lamento que no seas capaz de reconocer que esa posición no la mantiene el gobierno de Israel. Ni el Likud, ni el laborismo, que han continuado tratando de judaizar los territorios ocupados haciendo cada vez más imposible la posibilidad de un reparto de tierras en el marco que tú mencionas.

Así es que tu propuesta es mucho menos viable que la mía puesto que los líderes de Israel no están y no estarán de acuerdo jamás en aquello, menos los que sueñan con el Eretz Israel, del Nilo al Eúfrates. Los mismos que son partidarios del traslado de población que postulaba Shaaron hasta antes de su muerte clínica.Es esta misma actitud la que no ha permitido avanzar en el programa de reparto. Debes reconocer que no hay una correlación de fuerzas dentro de la arena israelí para esa solución. La única solución viable, que permita mantener los sueños de las mayorías de ambos pueblos, que es una paz justa para todos y todas, y también los sueños de los fundamentalistas de lado y lado es un estado binacional que respete íntegramente el derecho de libertad religiosa y que asegure por igual (no como lo hace la Declaración Balfour o la partición) para todos, los derechos políticos y humanos de cualquiera que quiera vivir en un estado de esas características.

Tu temor a la desaparición del estado de Israel revela tu excesivo apego a lo formal, la verdad es que en mi propuesta y en la de la mayoría de quienes la sostienen, el nombre del estado es lo de menos. Es más, puede partir siendo una confederación Palestino Israelí, hasta crear las condiciones para un estado unitario y binacional pero con libertad de movimiento y respeto a os derechos de todos. Los fundamentalistas jamás permitirán una solución de reparto y continuarán, como lo hacen quienes gobiernan hoy por hoy, en ambos bandos, actuando en el corto plazo como si lo quisieran, pero con la mirada puesta en la destrucción de su enemigo en el largo plazo y esa no es la solución.

Si no es así, dime por qué?, si Israel está comprometido con la paz en la fórmula de dos pueblos dos estados, sigue construyendo asentamientos ilegales en los territorios ocupados. Debes reconocer que la vista de todos los fundamentalistas sionistas está puesta en la eternidad y la eternidad, como categoría de análisis, no existe.

Tu amor por el estado de Israel como estado confesional es tan fundamentalista como el estado islámico que promueve hammas y te dejo claro, una vez más, que no comparto con hammás nada de su línea política[1]. Solo le reconozco el derecho a guiar al pueblo palestino, en virtud de los resultados de las elecciones democráticas realizadas, en este periodo marcado por la frustración provocada por el fracaso de la solución de reparto a la que apostó Arafat en los acuerdos de Oslo y que los mismos israelíes se ha preocupado de boicotear sistemáticamente.

No podemos cambiar la historia… solo podemos cambiar el futuro y eso no pasa por amarrarnos a nombres de fantasía provenientes de las ideologías religiosas o de nuestra historia de desencuentros y conflictos. Hay que mirar adelante y no temer de dar pasos audaces que aseguren los derechos humanos de manera integral a todos y a todas. Y si para eso, debe desaparecer todo lo que existe hoy y debe nacer algo totalmente nuevo pero que represente los anhelos de paz de los buenos judíos, cristianos, musulmanes agnósticos y ateos que quieran vivir en y trabajar por un estado de esas características, estoy dispuesto a analizarlo.

El derecho al retorno, de la misma manera, será para todos o para nadie pero es impracticable que cualquier judío del mundo, sin importar que haya nacido en cualquier parte, él, sus padres y abuelos, pueda optar por la nacionalidad israelí solo por el hecho de irse a vivir a Israel y que los palestinos que fueron expulsados, sus hijos y nietos no puedan volver.

A eso me refiero. O serán derechos para todos o no serán para nadie. Esa es la base de un estado binacional, como el que espero que exista en Chile, alguna vez para incorporar, respetando sus creencias y su historia, a nuestros hermanos mapuches por ejemplo.

La alternativa son cinco mil años más de discusiones acerca de si palestina o Israel son una tierra prometida o no, si son los que sufren bienaventurados y si alguna guerra puede ser santa, y la verdad, no se si 5.000 años nos alcancen para resolver estas preguntas de manera satisfactoria para todos y yo ya no estoy por seguir esperando a que se caigan las estrellas y el sol salga por el occidente.
[1] Se puede leer el artículo acerca del triunfo de Hammas en febrero del año pasado en este mismo blogg, para mayores detalles.

3.06.2007

TRANSANTIAGO Y CRISIS URBANA. ENTENDER LAS CAUSAS PARA IMAGINAR EL FUTURO.

1. Introducción.

Nadie duda que racionalizar el transporte público del Gran Santiago era y sigue siendo una necesidad vital para reencauzar a nuestra capital por la senda del Desarrollo Sustentable y del mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes. Sin embargo, un análisis serio, que considere adecuadamente las causas de la crisis que viven nuestras metrópolis, concluirá que el Transantiago es una medida necesaria pero insuficiente; que puede mejorarse significativamente; pero que el transporte público es solo una parte del problema y que si no se toman medidas correctivas más profundas en otras áreas del ordenamiento territorial, todos los cambios que se hagan, solo lograrán postergar la crisis pero no de evitarla y mucho menos revertirla.

Ahora bien, independientemente de lo necesario que se hace racionalizar el transporte público, la forma en que se ha desarrollado este proyecto, sin una planificación competente, sin la adecuada participación de la sociedad civil organizada y con la falta de una mirada más integral del problema de Santiago, ha permitido, una vez más, que los enemigos del Estado salgan a entronizar al mercado como la única posible solución a los problemas que el mismo mercado ha generado. Como si el remedio pudiera venir desde donde vino la enfermedad.


Se pretende opacar así, la necesidad evidente de reinstalar al estado como cerebro y dirección superior de la sociedad, dotándolo de mayores atribuciones y herramientas legales para asegurar el bienestar de la sociedad en su conjunto y regular, adecuadamente, la actividad y los intereses privados que muchas veces atentan clara y evidentemente contra el bienestar de las mayorías.

Conscientes de la mala memoria de nuestros conciudadanos, la derecha pretende instalar, una vez más, la duda acerca del rol que el mercado ha jugado en la actual crisis metropolitana, lo que podría hacer pensar a más de alguien, si es la derecha la alternativa que el país requiere para salir del estancamiento que en tantas áreas de la vida cotidiana de nuestro pueblo, la concertación ha generado luego de 17 años de gobierno formalmente democrático.

El presente artículo pretende hacer un poco de historia y analizar las causas del caos que vive actualmente nuestra capital para refrescar la memoria de algunos y abrir los ojos a las nuevas generaciones acerca de los verdaderos responsables de la misma. Al mismo tiempo, pretendo aportar al debate de las transformaciones que son necesarias en el Transantiago y como este proyecto debe complementarse con medidas que vayan en la dirección de atacar las causas, y no solo los síntomas, del problema.

1. La llamada revolución capitalista y su impacto en el ordenamiento territorial de nuestras ciudades.

Desde que la dictadura militar abrazó el modelo neoliberal y lo impuso por las armas en nuestro país, el mercado fue concebido como amo y señor de todas las actividades de la vida nacional.

El uso del suelo y el ordenamiento territorial corrieron la misma suerte y a partir de 1979, mediante la implementación de la Política Nacional de Desarrollo Urbano (PNUD), se definió que el suelo dejaría de ser considerado un bien escaso y que su uso quedaría determinado exclusivamente por la rentabilidad que este generara para sus propietarios.

Desaparecía así la histórica contradicción entre el uso agrícola y el uso urbano que al suelo podía dársele, la que a partir de entonces se resolvería mediante la todopoderosa ley de la oferta y la demanda, reduciendo la planificación territorial a un tema de pura rentabilidad privada.

De esa manera, si un terreno agrícola le otorgaba mayores ganancias a su propietario como terreno urbano, este no tendría ningún obstáculo para cambiar el uso del suelo y hacer de él lo que mayores ganancias le reportara, sin importar las externalidades que aquello generara para la ciudad y el país.

Desde ese momento, la ciudad de Santiago comenzó crecer como una verdadera mancha de aceite, inorgánica, desordenada y sin más objetivo que asegurar utilidades fabulosas para los inversionistas inmobiliarios, que además se vieron favorecidos por otras modificaciones legales y beneficios tributarios que terminaron por convertirlos en amos y señores de la tierra y de toda acción urbana que se desarrollara.

Se le entregó pública y oficialmente al mercado la atribución de definir la forma y oportunidad del crecimiento de las ciudades, asegurando los derechos urbanos básicos, según versaba la política oficial[1], mediante el funcionamiento de un eficiente mercado del suelo en donde se eliminarían todos los obstáculos a la iniciativa privada en búsqueda de la mayor rentabilidad que esta pudiera lograr. En 20 años la gran Capital consumió más hectáreas rurales que en sus 150 años precedentes.

Los especuladores urbanos se lanzaron sobre los suelos agrícolas de la periferia exterior de la ciudad concentrando la propiedad de todos los terrenos definidos como de expansión urbana y comenzaron, con la ayuda de la dictadura, un proceso de traslado forzado de las poblaciones de menores recursos que se ubicaban en las zonas centrales y peri centrales de la ciudad hacia estas zonas periféricas, haciendo estupendos negocios de la mano de las políticas habitacionales de la dictadura.

Luego de haber vaciado esos terrenos, se dedicaron a desarrollar en ellos estupendos negocios inmobiliarios para los sectores de mayores recursos, ubicados en las zonas consolidadas de la ciudad y en los sectores de expansión más privilegiados.

De esa manera convirtieron la metrópoli en una ciudad conformada por barrios homogéneos en donde se agruparon, absolutamente diferenciados por su poder adquisitivo, los distintos segmentos de la sociedad chilena. Se creo así una ciudad tremendamente segregada y fragmentada en donde los ricos vivirían con los ricos, la clase media con la clase media y los pobres con los pobres, todos perfectamente ordenados desde un centro reservado mayoritariamente a las actividades comerciales, hasta una periferia cada vez más lejana conformada exclusivamente por poblaciones construidas a partir de las políticas de vivienda social, hacia el norte, el sur y el poniente de la ciudad. La periferia Oriente, eso sí, bastante más cercana al centro y acotada por la cordillera en sus espaldas se reservaría exclusivamente a las capas más adineradas de la población. La figura nº 1 muestra la distribución espacial de la población por distintos grupos socioeconómicos[2].

Figura Nº 1Entre ambos polos, se consolidaría, con el tiempo una zona peri central aun en desarrollo (o periferia del centro) en donde se fueron aglutinando como colchón entre la riqueza y la pobreza, las capas medias unidas entre si y con el centro neurálgico mediante un par de corredores urbanos que terminaron uniendo las antiguas ciudades dormitorio como era Puente Alto y Maipú con el centro fundacional.

Cada sector atrajo la oferta de servicios que era capaz de pagar y lógicamente la periferia pobre quedó condenada a obtener los servicios subsidiados por el Estado que era lo único a lo cual podían tener acceso, con infraestructura deficitaria, lejos de sus lugares de trabajo; lejos de los lugares de abastecimiento; distantes además de los paupérrimos servicios de salud y educación que ofrecía el gobierno y como si fuera poco, sin acceso a la cultura, el deporte ni la recreación.

El paso siguiente fue entregar al mercado también, los servicios de salud, educación y por supuesto, el servicio de transporte público, sin ninguna planificación privada ni plan gubernamental que respondiera a las necesidades de los habitantes, convencidos como siguen hasta el día de hoy la mayoría de quienes gobiernan, que el mercado todopoderoso y eterno, asignaría de la manera más eficiente y eficaz, los recursos para asegurar a los habitantes la satisfacción de sus necesidades y derechos básicos[3] y el transporte para llegar a ellos.

De esa manera, en el tema del transporte, cada gran empresario de la locomoción colectiva definió a voluntad sus recorridos que, no pocas veces, barrían la ciudad como en un verdadero laberinto para cubrir la dispersa e inorgánica demanda generada por una ciudad sin planificación y desarrollada solo a partir de los lucrativos negocios de los grandes empresarios de todos los rubros. Los pequeños y microempresarios de la locomoción se subordinaron a los que tomaban las decisiones y solo contribuyeron a hacer más compleja la situación, generando una competencia entre cientos de operadores, cada uno respondiendo a sus propios intereses.

Las consecuencias no tardaron en llegar y Santiago se convirtió en una ciudad caótica, con un sistema de trasportes más caótico aún, con miles de micros de distinto color primero y amarillas después echando por tierra todas las promesas de eficiencia y eficacia del mercado privado del transporte colectivo, las que se hicieron trizas ante la realidad objetiva que se iba consolidando mientras Santiago se convertía en una de las ciudades mas ineficientes, ineficaces y contaminadas del mundo.

Esto, sin contar los problemas sociales derivados de la segregación social y de la fragmentación urbana que perdura hasta hoy, con los bolsones de pobreza convertidos en tierra fértil para el hacinamiento, el micro tráfico, el trabajo y la explotación infantil, la violencia intrafamiliar y la conformación de una clase dominada, absolutamente ensimismada e incapaz incluso de soñar con un vida mejor y de organizarse para tales efectos.

La evidencia de la crisis hacia la que se estaba avanzando fue alertada por muchos investigadores urbanos pero la respuesta siempre fue la misma. La ciencia y la técnica traerían las soluciones a los problemas generando además nuevas áreas de negocios y todos los problemas serían resueltos de manera mágica por el todopoderoso mercado.

En este escenario y por estas razones se multiplicaron por miles los casos de personas que vivían en Pudahuel, en Maipú, en Quilicura o en Puente Alto y que trabajaban en Vitacura, La Reina, Las Condes, Ñuñoa y providencia, que tenían que invertir muchas horas y dinero en traslados difíciles y escasos mientras el libre mercado del transporte público llenaba las calles de la ciudad de micros que la mayor parte del tiempo transitaban vacías y amenazantes, como si fueran los dueños de las mismas. Causando pavor y más de algún dolor de cabeza a los automovilistas y transeúntes que se cruzaban en su camino, contaminando la vida con su smog, su ruido infernal y su monstruoso espectáculo, sin contar los interminables tacos que alargaban las distancias ya lejanas, para la mayoría de la población. Así nació el verdadero problema de nuestra ciudad, los numerosos e interminables viajes que toda la población está obligada hacer a diario para buscar satisfacer sus necesidades. La verdadera causa de los tacos, la congestión y la contaminación. Una ciudad diseñada y construida para satisfacer solo al divino mercado.

2. Las Ampliaciones de Calles, las Grandes Autopistas y el Transantiago: La Ineficiencia de la Eficiencia o La solución desde el modelo.

En la medida que la ciudad crecía las micros y los recorridos se multiplicaban y los tiempos empleados por los habitantes de las capas populares para desplazarse desde sus casas a sus trabajos o a sus lugares de estudio y abastecimiento se fueron incrementando al mismo ritmo que se encarecía todo en virtud de la irrupción del mercado como ente regulador de todas las esferas de la vida cotidiana.

Los conocidos tacos se hicieron comunes en una ciudad pensada para el siglo XIX y en donde la planificación había sido prohibida en beneficio del mercado todopoderoso y eterno.

Los defensores del modelo, incapaces de enmendar el rumbo debido a su sobre ideologización neoliberal intentaron hacer una autocrítica con la nueva Política Nacional de Desarrollo Urbano de 1985 pero esta nunca llego a convertirse en nuevas leyes e instrumentos que permitieran al Estado revertir la situación. De esa manera, con el modelo consolidado mediante las armas y sin herramientas ni convicción para corregirlo, solo pudieron intentar soluciones que lejos de ayudar, profundizaron la crisis tratando de dar respuestas mecánicas a las tendencias desatadas por sus mismas políticas.

Se dedicaron primero a ampliar las calles eliminando el espacio público como veredas, plazas y parques para que pudieran acoger a un parque automotriz en constante crecimiento. Todas las ampliaciones volvieron a quedar obsoletas por los nuevos flujos siempre crecientes de micros y automóviles que hacían cada vez recorridos más largos y demorosos y la ciudad comenzó a ser destruida por las expropiaciones. Cuando todo aquello fue insuficiente comenzaron a atravesarla por sendas carreteras que tuvieron el mismo final y que significaron un tremendo derroche de recursos.

El caso más emblemático de esta visión fue la carretera Norte Sur que dividió a Santiago en dos prometiendo fluidez y velocidad y que no consiguió más que profundizar la segregación sin jamás responder a sus promesas.

Se siguió centrando el problema en la congestión y la contaminación sin caer en la cuenta de que ellas eran los efectos de los viajes producidos por una ciudad sin planificación, segregada y fragmentada.

Se dio continuidad a la política de ampliar avenidas y calles, generando una pérdida increíble de patrimonio cultural y arquitectónico y económico, pasando por alto historias de vida y experiencias colectivas de barrios consolidados que fueron arrasados por “el Progreso”.

En el ínter tanto la ciudad seguía creciendo y nadie hablaba de lo que en los círculos académicos más independientes era un secreto a voces. El mercado se había revelado como altamente ineficiente en la asignación del recurso suelo y en lo que a transporte colectivo se refiere y se había generado una ciudad cuyos síntomas globales eran terminales.

Su crecimiento descontrolado y dicotómico había generado problemas incluso en otras áreas de la vida cotidiana de la metrópoli y de la nación y por más que se hablara en contra del centralismo todo se seguía centralizando. En la ciudad coexistían sin tocarse la pobreza y la riqueza, el derroche y al escasez, el ocio y la superexplotación, la salud y la enfermedad. La congestión llegó a niveles críticos y la desaparición permanente y sistemática de bienes y servicios ambientales en beneficio de más y mejores negocios inmobiliarios fue agravando la crisis medioambiental hasta el estado de cosas actuales.

Se implementó un plan para la Descontaminación de Santiago, pero el mismo estado lo dejó obsoleto al pasar por alto las principales conclusiones del mismo que apuntaban a la necesidad imperiosa de contener la ciudad y crecer en altura y no en extensión.

Los gobiernos de la concertación, de la mano de profesionales inescrupulosos que iban y venían entre el mundo privado y el aparato público, incorporaron miles de hectáreas rurales al parque urbano, sin ninguna necesidad inmobiliaria real mientras en el centro de la ciudad subsistían áreas completas con un deterioro evidente que podrían haber albergado a toda La Florida y Pudahuel en cantidad de habitantes por hectáreas.

Hubiéramos necesitados muchos menos buses y metros. Habrían sido necesarios muchos menos viajes para satisfacer las necesidades básicas de la población y tendríamos mucha menos contaminación, pero claramente muchos negocios inmobiliarios que han favorecido a los mismos de siempre no se hubieran realizado.

Como si fuera poco, las jornadas laborales se alargaron porque el mercado del trabajo también fue supeditado a la todopoderosa ley de la oferta y la demanda, y sumadas a los desplazamientos cada vez más distantes y lentos, consolidaron una ciudad en donde una persona que vive en la periferia demora más en llegar a su trabajo de lo que demora un habitante de las zonas exclusivas en llegar desde su vivienda en la zona oriente de santiago, a su segunda vivienda en la costa central.

Todo esto mientras los defensores del modelito gritaban acerca de la necesidad de defender a la familia de la ley del divorcio y de la píldora del día después. A esa misma familia que habían destruido cuando generaron una ciudad en que los padres no tienen ni tiempo para compartir con sus hijos y colaborar en su formación porque la mayor parte del mismo la pasan trabajando o arriba de buses que los llevan y los traen durante horas desde y hacia sus hogares o lo que queda de ellos.

Paralelamente se comenzó a hablar de la necesidad de transformar y reformar e transporte público pero años de obstrucción del empresariado de la locomoción colectiva y la falta de una real voluntad política para llevar a cabo los cambios necesarios lo fueron postergando hasta que se hizo imprescindible para paliar la crisis que ya nadie podía detener.

Los defensores del mercado le echaron siempre la culpa al Estado y siguieron repitiendo el discurso que veía en los privados y en el mercado la única solución y mientras el proyecto estrella, ese que vendría a salvar a la Capital del caos lograba ver la luz con más de 6 años de retraso, terminaron por construir varias autopistas concesionadas que prometían ser mucho mejores, mas fluidas y rápidas que las estatales, logrando en pocos años, y con la venia y el compromiso del gobierno de Lagos, que se privatizaran hasta las calles de la ciudad.

Al poco tiempo las autopistas colapsaron en las horas de mayor demanda y todas las promesas de eficiencia y eficacia se olvidaron y solo permanecieron los lucrativos negocios de los empresarios ahora convertidos en dueños de nuestras calles y con el derecho legal a subir as tarifas cuando la congestión que debían eliminar amenazara con arruinar el negocio.


En este contexto el Plan de Transporte Público para el Gran Santiago (Transantiago), independiente de sus incontables fallas de diseño y de la incompetencia evidente de algunos de sus planificadores, y a pesar del claro boicot por parte de algunos de los operadores, no deja de ser una necesidad vital para mejorar la calidad de vida de los santiaguinos. Sin embargo, no podemos olvidar que este Plan solo apunta a mejorar el transporte y no a solucionar los problemas de la ciudad.

De hecho, no tiene ni tendrá la capacidad de mejorar la seguridad pública del transporte colectivo de pasajeros y el impacto que tendrá en la disminución de la congestión vehicular será solo temporal hasta que el parque automotriz vuelva a incrementarse y a colapsar las calles y avenidas de nuestra ciudad.

Resulta evidente también que las promesas de abaratar costos de transporte y disminuir los tiempos de viajes tampoco será posible ya que la cantidad de transbordos y la espera en los mismos harán finalmente los viajes más caros y lentos ara quienes viajan entre las periferias de Santiago, es decir, para los niveles socioeconómicos más vulnerables.

Cuando uno lo estudia, da la sensación de que hubiese sido diseñado desde el centro hacia la periferia y no al revés como hubiera sido lo lógico y lo adecuado y que su diseño no contempló una participación ciudadana temprana y vinculante, lo que hubiera mitigado en gran parte el problema de diseño que hoy evidencia el Plan. De hecho, la autoridad responsable apostó a seducir más que a construir en conjunto con la sociedad civil el Plan en cuestión y para ello utilizó a un ídolo deportivo que hipotecó su credibilidad en beneficio de un Plan mal elaborado y peor ejecutado.

De esta manera los menos beneficiados y los que más han sufrido los errores garrafales del Plan han sido los postergados de siempre. Las periferias pobres adonde los recorridos no llegan y en donde las frecuencias son insuficientes. Aquellos que tienen que caminar más de 10 cuadras para alcanzar uno de los recorridos por barrios tremendamente inseguros y hostiles.

Claro está que para quienes tienen auto o viven en el peri centro y el centro de la ciudad, o para aquellos que tienen la suerte de vivir pegados a un metro, el plan ha sido fantástico. De hecho, lejos de desincentivar el uso del automóvil, el resultado ha sido una invitación a subirse al mismo, ahora con menos tacos para circular por las arterias principales que antes permanecían colapsadas.

Pero para quienes más necesitaban que el transporte mejorara, ha devenido en un deterioro significativo de su calidad de vida, un aumento de los costos y de los tiempos de viajes, cumpliendo a cabalidad una profecía auto cumplida y que planteaba que el Transantiago no podría cumplir sus dos principales promesas: La de ser más barato y la de acortar los tiempos de viajes.

No obstante lo anterior, ninguno de los errores garrafales de los cuales solo son responsables los gobiernos de la concertación, y en especial el de Michelle Bachelet, puede llevarnos a pensar que debe volverse al sistema antiguo por mucho mejor que parezca a la vista interesada de quienes solo buscan satisfacer los intereses del mercado.

Resulta imprescindible entonces avanzar hacia un rediseño del Plan con una participación efectiva, temprana y vinculante de los usuarios en las definiciones de los recorridos y las frecuencias.

Para esto se hace indispensable desarrollar en las esferas de gobierno una voluntad más real de incorporar la participación ciudadana, ya no solo como discurso, sino que con cambios legales que establezcan la participación, no como una posibilidad sino como un derecho constitucional. Sin embargo, no parece que en esa dirección vayan los intentos de algunos personeros del gobierno de criminalizar las organizaciones que han surgido de los usuarios del transporte público y mucho menos las acciones que desde el legítimo descontento con el pésimo funcionamiento de sus primeros días y con los perjuicios económicos y sociales generados por la implementación del Plan, han surgido.

De la misma manera, se requiere con urgencia que la organización de los usuarios del transporte colectivo adopte una estructura territorial representativa de los distintos barrios y comunas, que funcione como contralor social de ésta y de otras acciones del gobierno en esa materia y que estén en constante y sistemático dialogo institucional con los responsables del Plan.

También resulta indispensable mejorar significativamente las condiciones laborales de quienes en él trabajan, ya que la satisfacción laboral de los conductores tiene y tendrá un impacto significativo en la calidad del servicio que se pueda prestar.

En términos de inversiones futuras, debe priorizarse la extensión del Metro de Santiago pues es y será el componente fundamental de cualquier sistema integrado de transporte que desee implementarse en nuestra ciudad.

En término de costos, el Estado debe asegurar que este sistema integrado de transporte no se encarezca como ha pasado con las carreteras por lo que deberá buscar fórmulas para regular los precios sin terminar subsidiando a las empresas, mientras se decide a jugar un rol mucho más activo y determinante en el sistema de transporte colectivo de pasajeros que tarde o temprano volverá a ser público y a estar al servicio de las grandes mayorías.

Es efectivo, nadie puede dudar ni un segundo que con todo lo malo que el Transantiago ha sido en sus primeros días de funcionamiento, es mejor que lo que antes había según el modelo que propone la derecha, y será, una vez tomadas las medidas pertinentes, un salto cualitativo en la calidad de servicio que este puede llegar a representar en un futuro mediano plazo.

Este debe permanecer y mas temprano que tarde, debe el Estado volver a hacerse cargo directamente de un tema tan sensible para la calidad de vida de los habitantes de cualquier ciudad que por ser un servicio público, no siempre es compatible con el lucro y debe estar principalmente al servicio de las capas más desprotegidas de la población.

Deben mejorarse los evidentes errores que han provocado la histérica reacción de los representantes del gran empresariado, que han preferido atacar al rol regulador del estado por intentar sobre regular, dice ellos, una actividad que con anterioridad, ellos mismos le habían entregado en bandeja al mercado todopoderoso y que este no pudo desarrollarla de manera eficiente y eficaz.

Es de esperar por último que este sea el inicio de un nuevo trato y de una nueva actitud del estado para con los servicios públicos los que deben ser considerados como bienes y derechos sociales y por tanto con un rol mucho más activo del estado cuando de servicios públicos se trata.

3. Única Solución: Intervenir el Territorio desde el Estado para generar una ciudad integrada e integral.

Ahora bien, si en algún minuto alguien hubiera pensado en invertir una cuarta parte de lo que se ha botado en autopistas, que solo sirven a quienes pueden pagarlas, bajando los tiempos de desplazamientos entre sus oficinas y sus casas y entre éstas y sus segundas viviendas en los balnearios exclusivos de la V Región, en dotar a la periferia de la infraestructura de salud, educación, áreas verdes, servicios, cultura, esparcimiento y trabajo nada de lo anterior hubiera ocurrido. Miles de viajes diarios podrían evitarse y la congestión y la contaminación podrían reducirse drásticamente sin seguir botando dinero en inversiones que se usan a su total capacidad solo cuatro horas al día y durante el resto del tiempo equivalen a dinero, mucho dinero, literalmente botado en las calles.

Claro que para eso hubiéramos necesitado un Estado con capacidad para anticiparse a las tendencias que surgen del mercado y para intervenir el territorio, regulando la actividad de los privados cuando estas generan externalidades negativas de las que no se hacen cargo.

Para eso, la concertación hubiera tenido que haber cumplido sus promesas en orden a revertir el proceso de jibarización del Estado y tendría que haber estado dispuesta a jugar un rol más allá de administrar el modelo heredado de la dictadura.

Se hubieran necesitado más cojones o una convicción más profunda acerca de lo que el país necesitaba para revertir el proceso diseñado por la dictadura. Se hubiera necesitado mayor generosidad política para conformar una mayoría nacional que fuera capaz de generar las condiciones para modificar las leyes que rigen la vida de la nación, pero el temor a la derecha y la comodidad de los puestos junto a los sueldos de gobierno y del poder legislativo los sedujeron a tal punto que hasta el día de hoy, salvo algunos cambios menores, la estructura de los cambios de la revolución silenciosa del capital financiero y transnacional siguen intactos, como si no hubieran pasado 17 años ya desde que se supone que derrotamos a la dictadura.

Por lo mismo es importante destacar que sin un cambio de modelo de desarrollo y sin una verdadera transformación democrática de nuestras instituciones y de la sociedad en su conjunto, todos las acciones correctivas que pueden y deben desarrollarse en el Transantiago no se llevarán a cabo y las que se realicen no serán capaces de lograr el objetivo central que persiguen y que es el mejoramiento significativo de la calidad de vida de nuestra metrópoli.

Para logar aquello, junto con mejorar el Transantiago, deberán desarrollarse desde el estado, sendas acciones en materia de planificación e intervención del territorio de manera de logar una ciudad integrada e integral en donde los habitantes tengan lo más a mano posible, cómo satisfacer sus necesidades básicas y sobretodo aquellas que más viajes generan en la actualidad como son el estudio y el trabajo.

De la misma manera debe volver a darse una discusión nacional acerca del modelo de desarrollo urbano que nuestro país necesita para volver a poner al centro la maximización de la rentabilidad social de las políticas sociales, especialmente las de vivienda, suelo, educación, salud, y transporte público, subordinando la rentabilidad privada al bien común.

Junto con esto, y luego de asegurar la existencia en las periferias y barrios populares de toda la infraestructura cuya falta genera los viajes en la ciudad, el estado deberá abocarse a desarrollar una política de reconstrucción del espacio público con miras a fomentar el uso de la bicicleta y de las caminatas para aquellos viajes más cortos, para lo que no hay que olvidar que a diferencia de la geometría euclidiana, el camino más corto entre dos puntos, al interior de las ciudades es siempre el camino más seguro y hermoso.

No puede dejarse de lado entonces la recuperación de plazas, parques, avenidas y calles para la circulación peatonal, lo que requiere de una inversión mayor en iluminación, seguridad y arborización para generar barrios amables que inviten a los habitantes a apropiarse de ellos y a habitarlos permanentemente.

Claramente, todos estos cambios y otros muchos que son necesarios y que sería largo e innecesario enumerar, principalmente porque ellos deben venir de la participación ciudadana y de la contraloría social no podrán ser posibles mientras lo que guíe la discusión en nuestro país sea las grandes cifras macroeconómicas y no la felicidad de los seres humanos y sus derechos urbanos básicos y fundamentales los que sin duda van de la mano con una real y profunda democratización de nuestra sociedad.
[1] Política Nacional de Desarrollo Urbano. Ministerio de Vivienda y Urbanismo. División de Desarrollo Urbano. Santiago, Marzo de 1979.
[2] Ruiz-Tagle, Javier (2006). “Integración Socio espacial en Santiago. Conceptualización, diagnóstico, y estrategias de diseño y gestión urbana”. Tesis de Magíster en Urbanismo, Universidad de Chile.
[3] Lo mismo si hizo luego con la salud, la educación, los servicios básicos y las políticas de vivienda. Todo siguió el mismo camino planteado por los ideólogos del neoliberalismo que una desfachatez sin igual por estos días critican a un gobierno por no saber enfrentar los problemas que ellos generaron.