4.22.2007

ELECCIONES EN FRANCIA. ¿EL FIN DEL PARADIGMA DE LA ILUSTRACIÓN?

Atrás parecen estar quedando los tiempos en que Francia se jactaba, y con toda razón, de haber entregado al mundo el consenso universal más importante de los últimos milenios y, sin duda, el más representativo de la modernidad como estadio de desarrollo de la humanidad toda: la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hoy la tolerancia da paso a la prohibición de lo distinto, de lo propio y el refugio de los ciudadanos universales se convierte en tierra de nadie para muchos franceses.

Hoy parece que en el centro de gravedad del pensamiento ilustrado, ya no todos los seres humanos nacen iguales y con los mismos derechos, hoy los franceses sin casa, los nuevos inmigrantes y los indocumentados parecen estar volviendo a ser seres humanos de segunda categoría, como los pobres de cualquier lugar del mundo, sin protección y sin un estado con el cual identificarse. Algo hace pensar que los franceses se han cansado de llevar, casi solos, las banderas de la igualdad, la libertad y la fraternidad en un mundo desarrollado en el que, salvo contadas excepciones, todos parecieran caminar a pasos agigantados hacia el lado opuesto.


Este agotamiento los ha llevado a rescatar a la otra supuesta identidad francesa, aquella anterior a la ilustración, de profundas raíces religiosas y anclada en el nacionalismo galo, que pareciera buscar reponer las figuras de Asterix y Obelix por sobre los dibujos animados de carácter étnico que hoy presentan las pantallas francesas, más que en el concepto de nación entendido como historia común y como un conjunto de valores que trascienden a cualquier definición étnica, religiosa o de color de piel y que representa más que el refugio en el pasado una intención viva de construir una humanidad del futuro que nunca fue. Sin duda que la incertidumbre y la precariedad propia de la globalización neoliberal ha hecho su parte del trabajo.

Por primera vez en décadas la derecha parece consolidarse como la fuerza principal de la política francesa, sin necesidad de coexistencias desagradables ni inmovilizadotas, pese a estar dividida entre una derecha liberal en lo económico, y conservadora en lo cultural, representada por Sarkozy y otra francamente nacionalista y reaccionaria, representada por Le Pen que piensa a Francia y a los franceses como una raza superior, casi comparable a los alemanes de la segunda guerra.

Estos nuevos iluminados que se sienten representados por Le Pen, quien ha atacado con una fuerza inusitada a sus aliados de clase durante la campaña electoral, no dudarán en votar por Sarkozy en la segunda vuelta, ya que hoy solo aspiran a fortalecer su posición negociadora para cobrar caro su apoyo en la que será definitivamente la elección del nuevo gobierno francés.

En el otro polo tradicional del Bipartidismo característico de la V República fundada por De Gaulle se encuentra una centro derecha emergente, menos honesta y más centrada en la discusión del poder que en la de la sociedad que desea formar, al estilo de la concertación chilena, con dos almas que no logran congeniar pero que en la fase definitiva se aliarán, para salvar a Francia del retroceso que según ellos, representa la derecha más tradicional.

Una de éstas almas que al igual que en Chile se hace llamar socialista, representada coincidentemente por una mujer, Sègolène Royal, se piensa a si misma como una izquierda renovada, que ha renegado del proyecto socialista y que mucho menos piensa en la necesidad de superar el capitalismo como forma de organización social. Por lo mismo, solo se contenta con tratar de humanizar el capitalismo aceptando como realidad incuestionable, la necesidad de avanzar, más lentamente quizá que sus oponentes, en destruir el estado de bienestar social, dejando algunos de los pilares fundamentales en pie pero cediendo espacio a la siempre bien conceptuada iniciativa privada para que amplíe sus negocios y multiplique sus utilidades. Por lo mismo, cada día que pasa parece perder algo de apoyo debido a la crisis de identidad que no le permite entusiasmar a sus votantes tradicionales porque no tienen nada significativamente distinto que ofrecer al gobierno de la derecha, que no sea más de lo mismo pero con algo más de protección social y un renovado impulso a la educación que permita ralentizar la caída del Estado de Bienestar.

La otra mitad de esta centro derecha blanda y emergente se piensa como un centro moderado que intenta escapar de la crisis de identidad que aqueja a los socialistas sin lograr cuajar en un proyecto significativamente distinto al de la derecha. Comparte, por lo mismo, cosas de ambos “polos” y pretende destacarse por ser la novedad en opocisión a la política tradicional.

Todo esto ha convertido el debate electoral en una lucha que, al final, solo se presenta como una batalla por la ocupación de los cargos y de la influencia que ellos generan dentro de una sociedad que esta cansada de quienes se reparten el poder hace años sin lograr que Francia avance dentro de su proyecto histórico de sociedad ideal.

De hecho, si uno mira el desarrollo legislativo de los últimos años, se encontrará con no pocas oportunidades en que este “nuevo centro” representado por Beyrou, voto favorablemente las leyes propuestas por el gobierno del candidato principal de la derecha, Sarkozy, a pesar de renegar de la derecha sin identificarse con la tradicional alternativa a la misma representada por los socialistas que ya no son socialistas.

Todos prometen un cambio, pero los discursos no revelan más que una profundización más o menos marcada o más o menos lenta, según sea el candidato, del modelo que se viene instalando a nivel mundial desde el centro del pensamiento único, poniendo al centro de la discusión la economía y la rentabilidad de las transnacionales en desmedro de la búsqueda de la felicidad humana que había caracterizado a Francia durante los últimos siglos.

La expresión de este no-debate la representa la batalla por la construcción o la reconstrucción de una nueva identidad que recupere aquella que dio paso a la identidad ilustrada y universal, que sea capaz de mantener en algo los ideales de la V República y que, al mismo tiempo, encare el difícil reto que plantean los nuevos inmigrantes en un mundo cada vez mas incierto, con menos empleo y menos seguro.

No por nada Le Pen ha ingresado a las ligas mayores de la política Francesa debido a la centralidad que en su discurso histórico ha tenido el tema que hoy conoca a la mayoría de los candidatos. Algo que hace un par de décadas nadie se hubiera imaginado.

Todo esto es posible por varios factores entre los cuales destaca la debilidad de las fronteras culturales que antiguamente definían a Francia como una nación fuerte, con un cristianismo secular, que permitía a La República presentarse como una nación progresista y laica, en donde la derecha era incluso más progresista que la izquierda de varios países del mundo, pero que hoy se encuentra fuertemente permeada por la cultura dominante del discurso único, consumista, competitivo, egoísta y centrada en la rentabilidad empresarial y personal de corto plazo.

Otro factor que actúa como complemento perfecto para este triste espectáculo, lo representa la izquierda francesa que cumple con todas las características clásicas propias de los momentos de derrota política y bancarrota ideológica.

De hecho, incapaces de hacer gala de la necesaria e ineludible completa libertad en la discusión que siempre da paso a una fructífera y potente unidad en la acción, se presentan completamente divididos y fragmentados, con 5 candidatos, como gritándole al mundo con todas sus fuerzas y en especial a los franceses decepcionados, que no voten por ellos, porque ni siquiera son capaces de unirse en un programa común que sea representativo de la crisis que vive hoy la sociedad francesa y en esa situación nadie es capaz de gobernar ni de ofrecer a los decepcionados de la política tradicional una alternativa de cambio real y sólida. No podemos olvidar, que en los últimos años, la única vez que la izquierda francesa se unión le propinó a los representantes de la política tradicional francesa y a todos los representantes de la globalización neoliberal en Europa, un tremendo golpe a convencer a la mayoría de los franceses de rechazar la propuesta de constitución europea, precisamente por que ella consolidaba el alineamiento de Europa con el discurso único de la globalización neoliberal, con todo lo que ello representaba.

Todo esto, sin duda, explica porque todas las encuestas previas a las elecciones que se desarrollan hoy domingo, hablan de una mayoría silenciosa, cercana al 35%, que prefiere no responder por su intención de voto o que simplemente no encuentra en donde refugiarse del descontento generado por los Sarkosys, los Royal, los Beyrou y los Le Pen que con algunas diferencias, solo se plantean el cambio dentro de la continuidad, mientras la izquierda aun no se recupera de la debacle que para muchos significó el fracaso de la experiencia soviética, y que nada tiene que ver con el fracaso del sueño socialista que en virtud de las actuales circunstancias, se encuentra más vigente y es más necesario que nunca antes en la historia de la humanidad.